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En la espera, las estaciones dejan marcas en los pórticos, en las paredes que caen cataclísmicas y que vuelven a ser levantadas una y otra vez.

Ahogo; polvaredas llevadas por la brisa cubren las pieles, una vez en forma tenue, la siguiente furiosa y arremolinada. Las miradas de los dioses amenazan secas.

Tanta agua y tanta grieta sin llenar.

Tengo sed. Tanto tiempo seco.

Estación de confesión y contriciones. Lectura y letanías. De las iglesias, saldrán los Cristos llagados. Son alistados para representar el sufrimiento. Cristos quiteños, guatemaltecos, españoles (España se quedó en las gotas de sangre resinosa que baja por los rostros, espinas), tallas artesanas de manos que aprendieron el oficio a fuerza de diezmos y espaldas dobladas por el golpe de prédicas falsas. Madero mudo que ha caído una y otra vez en todas las estaciones. Esta es la pasión diaria.

Pero siempre está el lago mitigando este fuego que persigue a los cuerpos y los huesos hasta los rincones de sus sueños idos.

Tanta agua y tanto cielo, ausente de nubes bajas. Tanto sol sobre la piedra. Mujer. Cotona blanca enjugada de sudores rancios y arcillas. Rayos cenitales sobre las madres que siguen lavando como un cántico. Como si lavando se escurrieran las hambres de sus güilas. Como si aporreando las piedras con prendas desteñidas se exorcizaran los golpes de la vida o de sus maridos.

Por el camino, a punto de desierto, van las niñas y los niños a surtirse de agua fresca. Nada ha agotado sus sonrisas, esperanza de las esperanzas.

Es posible entonces que del lago vuelvan a emerger los dioses vivos, que se vuelvan a entender las señales y una raza nueva nazca libre, coronada de flores, alejada de puñales y espinas.


Las puertas de las casas están selladas. Huyeron los colores como sueños de novia, en media noche. Luna ausente. Trancas herrumbrosas. Algunas, se sostienen en testimonio de secretos interiores que escaparán cuando caigan las paredes de bahareque.

No hay nombres en ellas: solo colores, particulares decorados; En donde murió el amor hay polvo y recuerdos quemados, olvido acumulado.

Puerta de azul y blanco, como si fuera bandera y el escudo metafórico formado de adoquines. Puerta de polvo y telarañas, calci-dumbre (podredumbre calcinada) añeja, resquicios.

Puerta de rango y señorío, ornamento soberbio frente a las arrugas del tronco, del árbol que ha cedido, con sus raíces expuestas, envenenadas de exilio.

Puerta de abandono en abandono, doble partida de la fortuna, ausencia de presencia y un presente ausente que exhibe miserias: Mire señor, mis gallinas, mis perros, mis niños, mis huesos con hambre.

Puerta de alegría y dignidad. Siembros floridos y trepadoras sedosas crecen como el amor que se rinde al amor. Puerta como una bienvenida, llamando a ser tocada, a que se pida un misterio nuevo para terminar el ciclo de una historia.

Puerta de la nave, galería lejana que dibuja siluetas, puerta que deja entrar olor de peces y cangrejos. Canto de aves.

Pronto, serás mi puerta de salida. Me iré con otras y otros para repetir el rito del regreso.

Me iré a destiempo, tratando de amarrar el recuerdo con rosquillas crujientes de maíz. Así, como llegué.

Joaquin Rodriguez B.





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Joaquin Rodriguez Badilla


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