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by Joaquin Rodriguez Badilla | |
Published on: Aug 1, 2005 | |
Topic: | |
Type: Short Stories | |
https://www.tigweb.org/express/panorama/article.html?ContentID=5955 | |
Managua, Rivas, Ometepe. Marzo del 2005. Si me dijeras – quédate un rato – es posible que llegue la eternidad y aún me encuentres allí. Pero si me decís – quiero adorarte y compartir mi lecho, dejáme cuidarte – nacen cadenas confundidas con enredaderas de ramos floridos. Crónica de las virtudes, territorio inseguro de la geografía humana, recorrido por las veredas de la violación, leyes inhóspitas y favorecedoras del poder. La carnicería exhibe restos disponibles, venta de cadáveres políticos; los deshechos están ocultos, borrados, como aquellos que deambulan pidiendo sudorosos en las esquinas por las noches sin que aún sepan ellos adonde colgar luego su despojo de pieles secas. Alguna joven, un niño?! , en una mirada recupera el horizonte oculto por la bruma del mediodía y aparece el lago limpio, eterno, volcánico y sin tiempo. Nicaragua: Convivencia de fuego y agua. Esperma magmático derramado mil veces mil en un vientre lacustre. Cópula cósmica que dio engendro a dioses y hombres en bautizo común. Es mi tierra, lo afirmo. Dicho así, con acento inconcluso, sin la certeza de haberme bautizado nunca en sus aguas, desposeído de colores y escudo. Espíritu, solo espíritu. Sin derecho a compra ni ganas de venta, apenas visitante, fantasma que no deja huella en las vitrinas de sus tiendas de éxito, desdibujado por el sol que arde sobre las cabezas. El blanco de los monumentos me ciega. El fuego está oculto en monumentos incómodos y en los libros de los poetas. Profética memoria. La música viva hace lo suyo. Herencia vital que sostiene el conjuro del clan de Los Mejia. Haces de luz y grito amargo. Paradoja única de esperanza en esta tierra de destierro de almas. Paradigma acentuado en la contradicción. Fuerza dulce clavada en un cuerpo que sangra sin cesar atravesado por otras flechas dolorosas. Desde las sillas acojinadas del legislativo hay ausencia de señales. Allí, chillidos destemplados se escuchan en eco por todos los rincones cuando los diputados giran y giran en sus sillas para disparar diatribas inútiles. Lanzan dardos, más dardos envenenados, para hacer desaparecer con minúsculas heridas el mapa de sus posesiones, arrebatadas. Busco refugio en esquinas de paz para el esbozo. En mi escritura no hay líneas que dibujen marcos para el tiempo. Mientras el sol tiñe la tarde, lo cotidiano ha apuñalado otra conciencia, tal vez. Crónica de inciertos en la coreografía de las virtudes acosadas. Los transeúntes aparecen detenidos, ahora. Los caminos se abrieron: sobre la tierra, los bosques y las aguas. En la noche – oscuro misterio – las estrellas reflejaron a los hombres, en susurros, los secretos de sus recorridos y les dieron las historias para navegar. Primero surgieron los trazos, coordenadas a la suerte: líneas – curvas, recovecos inesperados creados por los pies en masa que oradaron el barro, el polvo, lo silvestre, dibujando exactas sus imaginaciones. Acahualinca es tan solo el accidente que dejó grabada la epopeya. Fue el inicio de los tiempos, cuando las bestias míticas volaron y en caída libre se acercaron a la tierra. Rasgaron con sus garras el agua quieta de las bahías y empezaron a alimentarse de la inocencia de las gentes. (En tanto que aquellas se apoderan de la geografía, en las piedras aún candentes se sella el vínculo entre seres y dioses con lenguajes sagrados). Dejo libre mi velamen para que los vientos hagan de las suyas. Frágil barca es la mía con la que visito tiempos inexistentes del pasado o del futuro. Quedo anclado, a veces, en alguno de los puertos. En tierra firme, busco señas ocultas debajo de la hojarasca, arqueología extemporánea, rastro inodoro, fósiles en extinción. Husmeo agitaciones, quizás las que quedaron atrapadas, en palpitaciones milimétricas, en las raíces de los árboles caídos del bosque seco. Los árboles extienden sus ramas hacia el agua, como queriendo sostener el lago, en presunción de abandono prematuro. Por eso caen. Yerta soledad, ayuno de flores sobre la arena oscura. Subo a tu selva invadida y marcada en laberintos. Me reencuentro con las piedras. Allí están las señales, las historias que quedaron escritas. En las alturas, las nubes hacen filtro a retumbos premonitorios. Lago, espejo. Miro en tus reflejos el éxodo. Hombres y mujeres, que dejaron a sus madres y padres. Se fueron, cruzando el vientre acuoso. Cuento, reflejo. Miro a tus hijos regresar. Los abuelos ya no están. No los encontraron más. Se castigan sus lenguas atravesando espinas. Sus voces confundidas. Los mensajes grabados en las piedras parecen sin sentido. Por eso sembraron maíz en ceremonias. Cantos del aire, cantos del fuego en invocación inútil. Se quedaron esperando el nacimiento prometido en sus leyendas. Aún esperan. Desde el fondo de la tierra surgen latidos, intermitencia eterna en la expansión y la contracción de la materia. Cantos a los astros, ofrendas y fragancias resinosas dirigidas a las cuatro direcciones. En la espera, las estaciones dejan marcas en los pórticos, en las paredes que caen cataclísmicas y que vuelven a ser levantadas una y otra vez. Ahogo; polvaredas llevadas por la brisa cubren las pieles, una vez en forma tenue, la siguiente furiosa y arremolinada. Las miradas de los dioses amenazan secas. Tanta agua y tanta grieta sin llenar. Tengo sed. Tanto tiempo seco. Estación de confesión y contriciones. Lectura y letanías. De las iglesias, saldrán los Cristos llagados. Son alistados para representar el sufrimiento. Cristos quiteños, guatemaltecos, españoles (España se quedó en las gotas de sangre resinosa que baja por los rostros, espinas), tallas artesanas de manos que aprendieron el oficio a fuerza de diezmos y espaldas dobladas por el golpe de prédicas falsas. Madero mudo que ha caído una y otra vez en todas las estaciones. Esta es la pasión diaria. Pero siempre está el lago mitigando este fuego que persigue a los cuerpos y los huesos hasta los rincones de sus sueños idos. Tanta agua y tanto cielo, ausente de nubes bajas. Tanto sol sobre la piedra. Mujer. Cotona blanca enjugada de sudores rancios y arcillas. Rayos cenitales sobre las madres que siguen lavando como un cántico. Como si lavando se escurrieran las hambres de sus güilas. Como si aporreando las piedras con prendas desteñidas se exorcizaran los golpes de la vida o de sus maridos. Por el camino, a punto de desierto, van las niñas y los niños a surtirse de agua fresca. Nada ha agotado sus sonrisas, esperanza de las esperanzas. Es posible entonces que del lago vuelvan a emerger los dioses vivos, que se vuelvan a entender las señales y una raza nueva nazca libre, coronada de flores, alejada de puñales y espinas. Las puertas de las casas están selladas. Huyeron los colores como sueños de novia, en media noche. Luna ausente. Trancas herrumbrosas. Algunas, se sostienen en testimonio de secretos interiores que escaparán cuando caigan las paredes de bahareque. No hay nombres en ellas: solo colores, particulares decorados; En donde murió el amor hay polvo y recuerdos quemados, olvido acumulado. Puerta de azul y blanco, como si fuera bandera y el escudo metafórico formado de adoquines. Puerta de polvo y telarañas, calci-dumbre (podredumbre calcinada) añeja, resquicios. Puerta de rango y señorío, ornamento soberbio frente a las arrugas del tronco, del árbol que ha cedido, con sus raíces expuestas, envenenadas de exilio. Puerta de abandono en abandono, doble partida de la fortuna, ausencia de presencia y un presente ausente que exhibe miserias: Mire señor, mis gallinas, mis perros, mis niños, mis huesos con hambre. Puerta de alegría y dignidad. Siembros floridos y trepadoras sedosas crecen como el amor que se rinde al amor. Puerta como una bienvenida, llamando a ser tocada, a que se pida un misterio nuevo para terminar el ciclo de una historia. Puerta de la nave, galería lejana que dibuja siluetas, puerta que deja entrar olor de peces y cangrejos. Canto de aves. Pronto, serás mi puerta de salida. Me iré con otras y otros para repetir el rito del regreso. Me iré a destiempo, tratando de amarrar el recuerdo con rosquillas crujientes de maíz. Así, como llegué. Joaquin Rodriguez B. « return. |