by Sebastian Pujol
Published on: Oct 29, 2006
Topic:
Type: Opinions

En 1980 Adolfo Perez Esquivel recibió el premio Nobel de la paz en reconocimiento a su militancia a favor de la lucha por los derechos humanos durante la última dictadura militar en la Argentina, razón por la cual permaneció encarcelado entre los años 1977 y 1979. Escultor y arquitecto de profesión, nacido en Buenos Aires y de alma y espíritus libres. Desde 1968 consagró su vida a propagar la no violencia y a defender los derechos humanos, fundando en 1973 el periódico Paz y Justicia que se convirtió en la voz del movimiento pacifista en América Latina. En la actualidad encabeza la Fundación Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ), cuya empresa es divulgar el cumplimiento de los derechos humanos. Según sus propias palabras se considera a sí mismo como “alguien que nunca se resignó a ser un esclavo”.

Esperando tener la oportunidad de intercambiar algunas palabras con él me dirijo hoy, 7 de Septiembre, a la localidad de Boulogne en la zona Norte del Gran Buenos Aires, donde fue invitado por ONG´s locales para disertar en el colegio Leonardo Da Vinci sobre derechos humanos en niños, jóvenes y discapacitados.

Pareciera no incomodarlo el hecho de tener que hablar ante tanta gente, ni la presión de tener que decir siempre algo interesante, trascendental. Aun así se dirige al público con serenidad y solo transmite paz. Créanme que al escucharlo es difícil no imaginar que realmente es un gran hombre. Comienza hablando sobre la soledad entre las multitudes y nos insta a saludar a quien tengamos a nuestro lado y a decir nuestros nombres. “Necesitamos conocernos, necesitamos mirarnos. Tener identidad. Esta sociedad ha sido marcada por el individualismo, debemos cambiar esta actitud hacia una cultura de la solidaridad, saber que el problema del prójimo es nuestro problema”. Y agrega lo importante que sería “llegar a un encuentro con los demás y con nosotros mismos”.

Acto seguido se refirió a la violencia como uno de los factores de la inseguridad: “Tenemos que definir a la violencia. Hay una violencia social y otra estructural. Estructuras que no permiten los cambios”. Señala a la desigualdad y a la discriminación como los motivos, las raíces de esa violencia. “¿Alguien les preguntó a los chicos cual es su seguridad?, ¿qué seguridad tienen cuando revuelven los tachos de basura para comer, cuando los agarra la noche en las estaciones de tren, qué mano les tiende a sociedad?. Sin embargo se hacen campañas para bajar la imputabilidad de los menores. Para encerrarlos en cárceles y reformatorios”. Y profundiza en el tema diciendo que “las leyes argentinas, con todas sus limitaciones, son buenas; simplemente hay que aplicarlas. La sociedad es igualitaria solo en la Constitución y si no se respetan los derechos humanos no hay democracia”. Una democracia que en su perspectiva “debe dejar de ser delegativa para pasar a ser más participativa”.

“Muchos dicen que los jóvenes son el futuro y yo digo que son el presente”, explicaba, instando a los jóvenes a ser parte de la construcción de ese futuro. “Depende del coraje que tengamos para hacer el presente; ningún gobierno nos arregla la vida”, de otra forma “que esperanza se les ofrece a los jóvenes”. En esta sociedad donde a los jóvenes se nos acusa y se nos cargan culpas, el premio Nobel de la Paz nos exhorta a “cambiar el lenguaje de hoy, que es un lenguaje violento.

Transformar la comunicación. La única estrategia para los jóvenes es poner el amor en marcha”, tarea difícil en una sociedad en la que el amor es un sentimiento privado, digno de ser ocultado, y sobre todo vergonzoso.

La charla llego a su fin y el publico se abalanzó sobre el orador con sus cámaras de fotos, mientras unos cuantos periodistas con sus iPod lo rodeaban cual hienas interrogándolo sobre la marcha de Blumberg mientras mis ilusiones de poder dialogar con él a solas se diluían. Antes de que lo rodearan sus familiares hice un bollo mi papel con las preguntas que había programado y en puntas de pie le pedí unas palabras para los jóvenes de Latinoamérica. Su respuesta apenas se escucha en mi grabador.

“Hay muchos jóvenes que se interesan por los demás y trabajan por los derechos humanos. Yo creo que todavía hay esperanzas. El problema más grande es la falta de información”.

¡Solo nos queda, entre todos, poner el amor en acción!


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Nota: Este artículo integra el Nro. 8 de la Revista Virtual InterJóvenes

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