by Sebastián Galanternik | |
Published on: Aug 30, 2006 | |
Topic: | |
Type: Opinions | |
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La educación es una herramienta fundamental para todas las sociedades. Además de proporcionar conocimientos teóricos y prácticos generales, forma en el alumno una visión particular del mundo que lo rodea. Cada régimen político –totalitario o democrático- organiza su sistema educativo de acuerdo con sus intereses. Puede ser el interés de producir para la guerra; carne de cañón, armas, o sencillamente generaciones de arrasados. O el interés de reproducir una gran masa de consumidores que participen casi como testigos de un sistema del que forman parte pero no integran, en la banal cotidianeidad de la compra y venta de bienes y servicios. A través de la experiencia de Diana, una antropóloga venezolana que estudió en San Petersburgo y Moscú, analizaremos los cambios educativos que se viven en Rusia tras la transición del comunismo al capitalismo. Una de las cuestiones que más le llamó la atención a Diana estando en Rusia es la actitud de los rusos con los inmigrantes. Son destinados a “villas para estudiantes” especiales, donde no tienen contacto con nadie natal de la ciudad y si quieren salir de ahí son seguidos por la policía civil. Para entrar a Rusia además es necesario un examen de HIV entre otras trabas absurdas. Comenta que Rusia fue el país del mundo donde peor se sintió tratada como inmigrante a raíz de estas políticas; aún habiendo ya vivido en Italia, la República Checa, Mozambique y Zimbabwe. Actualmente vive en Escocia, México y China. En cuanto ella pudo escabullirse y tener un contacto real con los jóvenes rusos, se enteró de algo que la marcaría: odian el capitalismo y lo que más esperan es que vuelva el comunismo. “Odian a Estados Unidos, odian a Stalin, pero aman a Lenin. Ellos no vivían en libertad, pero tenían comida, trabajo y salud pública. ¿Qué les importa a los pobres en Siberia poder viajar a cualquier lugar del mundo si se están muriendo de hambre?”, dice.”Aunque viviesen en completa paranoia por la guerra fría, ellos preferían estar así menos, claro, los jóvenes ricos que constituyen el 2% de la población. Ese sector sigue en tan buena situación como antes o incluso mejor. Después de la revolución de octubre de 1917, el país quedó alfabetizado, y la enseñanza se hizo posible para todas las capas de la población. Los jóvenes graduados tenían garantizado un empleo para lo que habían estudiado. Este sistema funcionó con éxito durante décadas”, describe. Además, afirma: “Luego de la desintegración de la URRS y del fin de la economía socialista, Rusia abrazó el sistema capitalista. La crisis económica afectó todos los aspectos de la vida de la sociedad y dañó gravemente la enseñanza superior. La inflación ha amputado las subvenciones del Estado consignadas a la educación superior y al pago de sueldos”. En septiembre de 1990, durante la gestión de Gorbachov, se decidió poner fin a la prohibición de la enseñanza religiosa. Quedaron atrás los contenidos de los planes de estudio tendientes a formar al “nuevo hombre de moral comunista” y las tareas productivas. “La reducción presupuestaria para la educación, tan típica de las recetas del liberalismo, no sólo se manifiesta en los bajos sueldos que se pagan a los maestros sino que sus consecuencias se reflejan en la falta de mantenimiento, de equipamiento, de muebles y de distribución de bibliografía. Muchas universidades han debido recurrir a la búsqueda de ‘auspiciantes’ y es de imaginar que muchos de estos generosos donantes no lo son sin alguna contrapartida”, expresa con sarcasmo. El brutal descenso del nivel de vida de la mayoría de la población produjo graves consecuencias en la salud y en la alimentación de los más desprotegidos: los niños. Según cifras oficiales, el 90% de los niños en edad escolar tienen problemas de salud (un 45% los sufre de forma crónica) mientras que 15% de los chicos sufren alteraciones neurofisiológicas. La falta de futuros profesionales en salud y psicopedagogía hará mellar cada vez más hondo esta situación. “Lo que ven y preocupa más a los jóvenes sobre las modificaciones liberales, es el retroceso de la enseñanza. Esto se nota fácilmente en el incipiente atraso a nivel tecnológico en las universidades y la falta de preparación y actualización de los docentes”, cuenta Diana. “De todas formas, los sectores más movilizados han sido los sindicatos de docentes. No solo por la falta de pago de sueldos. Los profesores ubicaron siempre sus luchas en la perspectiva de una amplia defensa de la escuela y del derecho de los niños y de los jóvenes a una verdadera y gratuita educación”, afirma. Sumado al aumento del analfabetismo y de la deserción escolar, a causa de las dificultades económicas y de un esquema educativo cada vez más light, la juventud rusa sufrió cambios como resultado de la desaparición de las organizaciones estudiantiles. “Muchos chicos aspiran ingresar en las Facultades de Psicología y en la reciente Facultad de Ecología, pero el despojo de la estructura del sistema soviético, sus contenidos ideológicos y la disolución de las asociaciones estudiantiles como ‘Octobristas’, ‘Pioneros’ y ‘Komsomol’ ha desintegrado y desmovilizado a los jóvenes”, concluye. Con esto se refiere a que los niños que nacían ya tenían el camino marcado de antemano. En primera instancia, irían a la guardería, luego al jardín de infantes. Una vez iniciada la etapa de escolaridad obligatoria, en la escuela primaria, a los 6 años, también debutarían como integrantes de la asociación “Octobristas”. Más adelante, si el comportamiento de “buen estudiante” lo permitía, ingresaba a “Pioneros”. Con gorrito rojo y un conjunto de reglas morales y pragmáticas que respetar, los niños soviéticos recorrían la enseñanza secundaria, entre talleres y lecciones de comunismo científico. La última escala, antes del Partido era “Komsomol” y el paso a la educación superior, en caso de no optar por un trabajo a tiempo completo. Para graduados universitarios, había condicionamientos: durante los dos primeros años transcurridos al término de la carrera, debían ocupar un puesto de trabajo donde el gobierno lo asignare. De esta manera, se podían cubrir las necesidades de las poblaciones rurales o alejadas, enviando jóvenes profesionales. Un modelo educativo tan hermético, trajo como consecuencia la alfabetización de casi el 100% de la población. La diferencia fundamental es que hoy, la nueva juventud rusa, bien llamada “la generación de la transición”, aparece desconcertada ante la realidad y con la responsabilidad de tener que escoger por sí mismos, después de mucho tiempo, su propio camino. Sin la presencia de un Estado por detrás que lo haya determinado desde antes que nacieran.
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