by Sebastián Galanternik
Published on: Jun 28, 2006
Topic:
Type: Opinions

Doña Rosa anda muy preocupada. Su hija Daniela se la pasa todo el día encerrada en su cuarto chateando, escuchando a esa (sic) Marilyn Manson a todo lo que da, se viste toda de negro y tiene amistades poco comunes: chicos que también se visten de negro, se pintan los ojos, los labios, se cuelgan cruces invertidas.

Doña Rosa anda muy preocupada y ya no sabe que hacer cuando escucha por la radio o ve en la tele que una chica “Dark” fue atacada por otra chica “Gótica” en el patio de un colegio secundario. ¡Hasta le puso un celular a la nena para vigilarla a la distancia! Pero la muy viva lo apaga cuando ve por el “caller id” que es su mamá la que llama.

Multipliquemos este caso por miles. Tomemos la variable “Dark” y cambiémosla en cada caso por una tribu urbana distinta.

Aquellos grupitos de jóvenes que se visten parecidos, que tienen costumbres comunes y puntos de encuentro, podrían ser llamados tribus urbanas. Cada tribu tiene en común el ser similares. Cuando los sujetos se congregan voluntariamente, por el placer de estar juntos, por búsqueda de lo aproximado, se trata de una tribu urbana. Se trata de buscar en los otros, formas de pensar y de sentir idénticos a los propios, sin ser forzosamente concientes de ello. La tribu urbana, además ofrece a sus miembros la seguridad y el sustento afectivo del que carecen.

Las tribus urbanas son la plasmación de las encrucijadas que atraviesan a la juventud. Son la muestra de una ruptura cultural ante una sociedad desilusionada por la globalización de las ideas, la masificación y la inercia que caracteriza la vida en las ciudades súper-aglomeradas, donde todo corre a través del éxito personal y del consumismo. Se presentan como la instancia para acrecentar la construcción de uno mismo y el cariño con los pares, el contacto humano y la disyuntiva de construir identidad y potenciar una imagen social. Establecen una posibilidad de recrear una nueva sociedad dentro de la sociedad.

Volviendo al caso de Doña Rosa, los medios de comunicación en su afán de demonización de las tribus urbanas también las construyen, las potencian. Esta paradoja se da en tanto la exaltación de hechos aislados que presuponen violencia sean presentados en los grandes medios, dándoles importancia hasta formar una estructura en las mismas tribus, como rivalidades, status de poder o de igualdad, y solidaridad.

A su vez, las tribus urbanas se nutren de la contracultura; de revistas dedicadas plenamente a ellos, de música que no es la que se escucha en las FM todos los días, de sitios en Internet que los reúnen; viven al margen de, por así llamarlo, “el medio oficial”. Esta actitud esconde la elección de lo que la supuesta mayoría no quiere y a su vez elegir lo que sí prefieren las personas que son como el sujeto quisiera ser. Es una doble trampa de la masificación, haga lo que se haga en el fondo pareciera que siempre se sigue a algún salmón.

La existencia de tribus urbanas se ve en su gran mayoría en las grandes ciudades. La soledad y a la vez la libertad que acarrea el anonimato de vivir en una gigantesca urbe, permite un comportamiento más al margen de lo preestablecido. Mientras uno se va alejando de las ciudades ve como empiezan a desaparecer las bien llamadas tribus urbanas y como se van mezclando con rasgos propios de la región hasta desaparecer por completo.

La violencia exaltada en los noticieros entre las tribus urbanas nunca falta. Si bien tradicionalmente varios grupos diferentes de tribus urbanas, como los punks y los skinheads por ejemplo, se enfrentaron violentamente, esto no es lo que comúnmente une a los miembros de cada tribu. Se trata, sino de ciertas características como el vestirse, la ropa que usan, la ideología y hasta el vegetarianismo como una opción. Estas similitudes muestran a cada miembro un otro que lo refleja y ya no se ve solamente por manifestaciones violentas.

El compartir un recital de un grupo musical, o un momento hablando sobre ideas con personas semejantes refuerza la identidad del sujeto, puesto que es menos conflictivo encajar en un grupo donde todos piensan parecido que tener que enfrentar una ruptura violenta al introducirse en un grupo donde todos son distintos.

Daniela tiene 17 años y está cansada del colegio, porque nada en él la motiva, y la única materia que podría interesarle, Geografía, que desde chiquita le gustó, la da un tipo al que no le importa nada si los chicos aprenden o no. Está cansada de que su madre le diga todo el tiempo que tiene que hacer y nunca la escuche. De no ver a su viejo porque labura hasta las 9 de la noche en la oficina, pensando él, pobre tipo que es lo mejor.

Hagamos nuevamente lo inicial, multipliquemos a Daniela por millones de jóvenes, y que cada persona sea Heavy, Dark, Stone o la identidad de cualquier tribu con la que se identifique. También que tengan los mismos vacíos afectivos, las mismas necesidades de crecimiento personal coartadas, las mismas carencias familiares.

Un poco más, un poco menos, pero quizás la necesidad adolescente de buscar formar parte de una “tribu urbana” sea llenar estos vacíos con otras cosas. A veces pueden ser positivas, como el intercambio de ideas, música, arte, la expresión entre iguales genera todo esto. El intercambio de culturas y generar culturas nuevas todo el tiempo.

Lamentablemente, así como puede generar lo mejor entre los jóvenes, puede también reproducir lo peor. Sucede que los noticieros no dicen que hay algo mucho peor que las drogas o la violencia, que es la apatía, la anti-sociabilidad, el “que me importa”, el recluirse.

Este es el verdadero riesgo sobre el cual las instituciones, incluida la principal que es la familia, son responsables al no brindar la contención necesaria. Si se analizara la cadena de responsabilidades se diría fácilmente que “todo viene de casa”, pero en una sociedad sin justicia social esa frase carece de sentido. La cadena es muy larga y termina tan al norte que se hace nebuloso ver por donde comienza, aunque podríamos hacernos una idea.

No hay que criminalizar a los jóvenes, hay que entenderlos, escucharlos. Darles el hombro. El día en que Doña Rosa entienda eso sólo verá el aspecto positivo de las micro-culturas que cada día son más variadas y tienen mucho para aportar a la gran aldea de las ideas.

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Nota: Este artículo integra el Nro. 6 de la Revista Virtual InterJóvenes

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