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La vida Saltimbanco Printable Version PRINTABLE VERSION
by r, Argentina May 26, 2006
Culture   Opinions
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La vida Saltimbanco La obra Saltimbanco del Cirque du Soleil es maravillosa. Una avalancha de estímulos mágicos a los sentidos. Un espectáculo de primera calidad, con un ritmo vertiginoso, imposible de aburrir a alguien, pero sí de abrumar. Con gimnastas que hacen cosas a simple vista imposibles para una persona normal, y con una gran capacidad artística para narrar a través de sus actos y sus cuerpos la historia de Saltimbanco.

La globa, ubicada en costanera sur, es pequeña, entran alrededor de unas 500 personas y los asientos están en forma de U alrededor del escenario, que está al ras del piso, como abrazándolo. Desde el punto donde uno se encuentre, da la impresión de estar metido ahí, participando todo el tiempo, abrumado por la escenografía que se mete en la retina, parece que se viene todo encima de uno, los gimnastas y la decoración.

La historia empieza con un duende dormilón, de cola larga y panza enorme, que sale de una tela que se va alzando a través del escenario. Al salir del agujero, estirarse y ver a la gente, aparecen por el costado unos 20 bailarines, maquillados estrafalariamente, y vestidos como payasos modernos, ochentosos y muy divertidos. Éstos se meten entre la gente y hacen participar al público; una de las chicas le saca la ropa a un chico dejándolo con el torso desnudo, otro se lleva corriendo a una muchacha linda, la levanta y hace piruetas en el aire con ella, corren de un lado para el otro, hasta que la gente irrespetuosa que llega tarde a la función termina de ubicarse.

Ahí se meten a las corridas en el escenario y empieza una música fuerte de rock, aparece la banda tocando en un escalón más arriba, y ellos saltan de un lado para el otro, verticales y vueltas mortales, entre las acrobacias reconocibles que hacían. En un momento determinado se van todos y aparece una chica dando vueltas y nos da la bienvenida, las únicas palabras en español que se pronuncian: pide que apaguemos el celular, que no se saquen fotos, y que crean en lo increíble. De un momento para el otro, la tela que atravesaba el escenario se empieza a chupar y se mete para adentro dejando al descubierto un sillón de rey con un nenito vestido en una malla blanca que le cubre todo el cuerpo, menos la cara.

Ahí comienza la maravilla: permanece en el escenario el nene de unos 7 años junto a una mujer vestida con la misma malla, pero roja, y un hombre de azul. La danza entre ellos tres, de equilibrios y contorsiones, simboliza el nacimiento del rey del circo. El niño es maravilloso, con su cara de porcelana, y sus expresiones de pura ingenuidad que movilizan los sentimientos de todos los espectadores.

Los padres se van y el nene comienza a crecer. El duende en pijamas le trae un pantaloncito corto y una gorra roja, y lo pasea en el sillón. Los bailarines vuelven con sus mallas a rayas de colores y empiezan a subirse a unas sogas y a saltar de una a la otra.

A partir de ahí, hay una serie de performances alucinantes. Hay tanto para ver, todos hacen algo en todos lados, es una invasión a los sentidos; saltan todos de un lado para el otro, desde atrás, arriba, al costado, adelante, un poco más allá, un poco más acá, la música muy fuerte: rockeando, los colores, las voces, las expresiones. Hay momentos en que llegan a haber alrededor de 30 personas en escena, y todos cuentan historias con sus expresiones, sus pasos de baile, sus ejercicios, sus caras.

El niño se hace grande y de golpe se queda solo en el escenario, empieza a jugar con cosas que encuentra en un ropero mímico. Rompe un par de cosas, hasta que encuentra una pelotita, y haciendo los ruidos con su boca, y modelando todo con su cuerpo, empieza a jugar con el público, tira la pelota, alguno la agarra y se la devuelve.

El adolescente conoce el mal, representado por un hombre encapuchado, y sus dos damas infernales vestidas como vaqueras con llamas en los costados. Las chicas hacen un show de boleadoras alucinante, la velocidad con que se mueven y tiran las pelotitas deja completamente maravillado al público por la gracia y la diversión con que lo hacen. Una de ellas es argentina.

El show de las mellizas es el preferido por el público, ellas se cuelgan del techo y se hamacan, se mantienen la una sobre la otra, contienen todo el peso de la otra sólo a través de su tobillo, saltan a esas alturas de una manera mágica. Parece que vuelan.

Después del receso de media hora, llega el mimo y elige a alguien de las plateas para jugar en el escenario. Los participantes se animan a tanto, que llegan a robarle el protagonismo al actor. Entran a la selva, comen una banana, la tiran, la pisan y se caen, hacen un duelo a lo vaqueros y recorren el escenario caminando estilo “viejo este” con cara de bandidos y disparando de sus pistolas invisibles. La ovación se la lleva la persona del público que se anima a actuar.

La obra termina con el chico convertido en adulto, alejado del mal, y viviendo la fantasía del circo con pasión y alegría. Los payasos saltan por el aire, dibujando siluetas en las alturas, desde un gran columpio en movimiento, hasta caer en un colchón ubicado en el centro de la pista, y los demás bailan y cantan a su alrededor.





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