by María Laura Caraballo
Published on: May 26, 2006
Topic:
Type: Opinions

A principios del siglo XX Argentina ocupaba una posición privilegiada en el mundo, hoy un siglo después sabemos que el panorama es radicalmente distinto.

En aquel entonces Argentina vislumbraba un próspero porvenir no sólo a nivel económico, sino también a nivel demográfico, social y político. El proyecto de un país joven estaba en marcha y con un rumbo definido. Sus tierras vírgenes necesitaban manos para ser labradas y entonces las políticas de gobierno pusieron su mirada en el viejo continente. Hacía falta gente para poblar tantas zonas solitarias, un plan para atraer población extranjera. Para eso era necesario establecer una política inmigratoria que favoreciera la naciente economía argentina. El estallido de la Primera Guerra Mundial posibilitó el proyecto nacional.

Ya desde 1880 la ciudad portuaria y capital de la República, Buenos Aires, recibía a numerosos inmigrantes europeos: la ciudad comenzaba a crecer vertiginosamente.

Acechados por la guerra, el hambre y la crisis financiera miles de europeos, principalmente españoles, italianos, alemanes e ingleses arribaron a nuestro puerto en busca de supervivencia o de un futuro mejor. Hombres de familia viajaban a veces en condiciones paupérrimas dejando a la esposa y los hijos para venir a la Argentina a trabajar duro y juntar plata para mandársela a los suyos y luego traerlos para acá. Otros no sólo veían en esta oportunidad una búsqueda de supervivencia sino la gran oportunidad de venir a "hacerse la América".

La mayoría huía de la guerra y la miseria para encontrarse con un país incipiente, con tierras fértiles y una política inmigratoria que ofrecía muy buenas oportunidades.

Durante este período Argentina no sólo alimentó a los países afectados por la Gran Guerra con sus productos agrícolas, ganándose la denominación del "granero del mundo" ya que proveía materias primas y a su vez importaba productos manufacturados, sino que también pasó a ocupar un lugar entre los diez países más prósperos del mundo de aquella época.

Lo llamativo no es que haya sido una potencia, una de las naciones más ricas, porque siempre tuvo todo para serlo. Lo lamentable es que hoy no lo sea, y esté tan alejada de ello.

Así esta tierra austral, tan alejada del hemisferio norte, albergó a miles y miles de extranjeros, pasó de tener 677.000 habitantes en 1895 a 2.000.000 en 1930, les dio un hogar, un trabajo, una nueva oportunidad. La República Argentina se convirtió en un país cosmopolita con una etnicidad mayoritariamente europea que la diferencia del resto de Latinoamérica.

A mediados de siglo con la llegada de la Segunda Guerra Mundial muchos europeos volvieron a mirar a la Argentina con optimismo pero aquella promesa cumplida era solo un recuerdo. La situación había cambiado y esto ya estaba muy lejos de aquel país floreciente al que tantos habitantes habían llegado un par de décadas atrás. Las tentativas de volver a "hacerse la América" terminaron en una gran frustración, y a partir de este entonces comenzó el declive de la grandeza argentina.

Hace varios años que la situación se ha invertido: las jóvenes generaciones argentinas viajan a las tierras de sus abuelos y bisabuelos en busca de mejores perspectivas laborales, académicas y económicas. Ahora es este país sudamericano el que se encuentra en una profunda crisis y pide auxilio golpeando las puertas en las fronteras de la vieja Europa.

Sin embargo, la respuesta no es siempre tan amable como se espera. Parece que no somos huéspedes ni tan bienvenidos, ni tan esperados como ellos lo fueron para nosotros.

Muy por el contrario, no somos extranjeros útiles al crecimiento y desarrollo de sus países sino más bien una molestia constante. Si bien somos útiles a la hora de realizar aquellos trabajos que ningún europeo quiere hacer, por un salario que ningún europeo quiere recibir, cada vez son más los obstáculos y condiciones que se nos imponen para conseguir un lugarcito en las tierras de nuestros ancestros. Y parece que justamente es eso lo que se les olvida: que en estos "sudacas" no sólo corre por las venas sangre latina, sino que nuestros rostros reflejan a la vez rasgos compartidos.

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Nota: Este artículo integra el Nro. 5 de la Revista Virtual InterJóvenes

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