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Todos, más o menos, somos inmigrantes. Pensemos en los primeros hombres africanos como gobernaron su entorno para luego trasladarse a otro en épocas de escasez. Pensemos en los antiguos chinos que gobernaron el Pacífico, en los ingleses asomando en el horizonte norteamericano, en italianos, españoles, portugueses a espada y cruz fundando ciudades lejos de sus suelos ya sea por intereses propios del imperio o en búsqueda de un “algo”.
Ese algo que nos hace cambiar de ambiente, ese algo que se supone mejor porque el espíritu humano nunca estará dispuesto a volver sobre sus pasos en su uso de plena conciencia. Así el hombre ha construido el presente usando la tecnología, lamentablemente muchas veces en virtud de su egoísmo y con el fin de hacer la guerra.
El sedentarismo no es un elemento de la especie. Nos volvimos objetivamente nómades tras miles de años de herencia, pero el que se va no siempre toma a este cambio de lugar desde su mente repleta de elaboraciones ancestrales, sino también por necesidad, al quedar excluido de donde proviene: marginado primero de la sociedad a la que pertenecía para luego ser expulsado a otros países donde busca ese “algo” que lo incluya a miles de kilómetros.
A pesar de las distancias las personas han logrado adaptarse a otras culturas, han aprendido otras formas de vida. Hay quienes no. Que llegaron por la puerta de atrás, atravesando fronteras custodiadas por paramilitares y muros materializados a través de la discriminación y el odio racial. Otros sienten nostalgia por lo que quedó detrás, para esto he de suponer que la cura será el tiempo, o quizás no estaban listos para partir. En estas ocasiones cada caso es particular.
Las fronteras mentales deben comenzar a derribarse por una cuestión de solidaridad, tanto ética como cultural, pero a la vez los movimientos migratorios son vitales para la economía de los países desarrollados. Falta cada vez más mano de obra joven, las parejas tienen menos hijos mientras que la gente tiene una mayor esperanza de vida. La seguridad social será así cada año más difícil de pagar, no habrá quien produzca la riqueza necesaria para sustentar a los más ancianos. A su vez, los inmigrantes deben evitar ser explotados y denunciarlo, manifestarse contra los abusos que puedan sufrir.
Pero mientras quienes pretenden ser David sigan cerrando sus puertas con la fiereza de Goliat, mientras Europa continúe buscando salidas autoritarias al gran problema de quienes excluyó “allá” y lo siga haciendo en su “acá”, mientras el pueblo estadounidense se escude detrás de sus representantes republicanos y demócratas, quienes no muy en el fondo no son más que distintas caras de una misma moneda, este proceso que debe convertir a un mundo para pocos en un mundo para todos se verá cada vez más detenido. Estas decisiones no abarcan a los pueblos, suelen salir de las autoridades que ven números y macroeconomía en vez de rostros que trabajan y sufren.
Quien fuera nuestra madre patria hoy en día alberga a casi cuatro millones de extranjeros y se estima que alrededor de un millón y medio de ellos se encuentra sin papeles. La mayor parte de esta gente que se encuentra al borde de los derechos que les corresponden como inmigrantes son ecuatorianos, rumanos, colombianos y argentinos, en ese orden de cantidad estimada. El asunto de los inmigrantes no deja de ser actual para España, el país que exportó hace cinco siglos a muchos compatriotas para poblar América con sangre europea. Últimamente, se han relanzado leyes y campañas para regularizar la situación de estas personas que se encuentran sin papeles en toda España. Ya se presentaron seiscientas mil solicitudes, lo que demuestra un fuerte compromiso del inmigrante por donde está viviendo.
En Israel existe la llamada “Ley del Retorno”, dictada hace ya 56 años, la cual le otorga la ciudadanía a quien sea judío. ¿Pero a quién entiende esta ley como judío? Define como judío a “una persona cuya madre es judía o se ha convertido al judaísmo y no forma parte de otra comunidad religiosa”. El precepto se adapta a la ley religiosa judía, por la cual una persona es judía debido a la sangre de su madre. Pero más aún, la enmienda añade que este derecho se concede también al hijo y al nieto de un judío; a la esposa de un judío; a la mujer del hijo de un judío y a la mujer de un nieto de un judío, salvo a aquellos que habiendo sido judíos han cambiado voluntariamente de religión. Muchos argentinos gozaron de esta ley y se encuentran adaptados a una cultura muy diferente a la nuestra hoy en día.
Espero que gracias a la intercomunicación a través de los espacios virtuales a lo largo y a lo ancho del planeta, toda nuestra generación pueda tomar conciencia de un mundo global entero, de un “otro” que también se nos parece aunque viva a miles de kilómetros, ya que ¿quién lo sabe?, el devenir de la vida y nuestro imparable espíritu nómada nos puede llevar a vivir a la vuelta de su esquina.
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zutique
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