by Fabrizio Scrollini
Published on: Apr 1, 2006
Topic:
Type: Opinions


Día tras día, en miles de laboratorios del mundo, cientos de miles de animales son sacrificados en nombre de la investigación y la ciencia. Hasta hace poco me parecía intrascendente cualquier clase de discusión sobre este tema. Como buen jurista, recogía la definición legal de que los animales son bienes, y como tales sus dueños pueden disponer de los mismos como mejor lo consideren, en uso del derecho de propiedad.
Por las razones que expresaré, esto que escribo (no me animo a decirle artículo) está basada en una vivencia personal reveladora,una charla con una joven científica con una crisis de conciencia, y en una reflexión acerca de los comportamiento éticos esperados. Encontrará el lector poco de jurídico, poco de técnico, pero espero, algo de sustancia.


Ella me miró con ojos tristes. No era la primera vez que me lo decía. Las pobres morían por cientos, en nombre de la ciencia. Y ella era la “asesina.” "Sufren, y yo no puedo hacer nada por ellas".
Mi primera reacción fue restarle importancia. Bajo una noche cubierta sobre la rambla de Montevideo, ella me seguía contando como el mísero roedor moría, así como las innumerables técnicas para torturarlo (experimentar con él) que existían. A ella le dolía.
Mi segunda reacción fue un poco menos benevolente. Estos roedores habían invadido mi Estudio la semana pasada. Venía luchando contra ellos en una guerra sin cuartel que incluía trampas, venenos, fumigación, persecución con escobas y casi lucha cuerpo a cuerpo. Enemigos a muerte, me habían vencido en todas las oportunidades. Finalmente si alguien estaba ajustando las cuentas, más no fuera contra sus parientes, era bueno.
El problema de las crisis de conciencia, más cuando quien las plantea tiene la extraña habilidad de conmoverlo a uno, es que presentan dilemas éticos que nos llevan a preguntarnos el porqué y el para qué de nuestras conductas.
Desde que decidimos poner al mundo a nuestro servicio, la especie humana ha determinado el destino del planeta a gusto y antojo. Como se ha visto en los últimos tiempos, la naturaleza pasa la factura y devuelve lo que le vamos dando. El calentamiento global y la falta de agua potable son ejemplos de esto.
Como en esta visión (que viene de todas las épocas), los humanos somos tan superiores, tenemos la libertad de experimentar en nombre de nuestra propia salvación. Así es como muchos científicos, filósofos, personas con sentido común (yo de hecho) defendieron que el uso de animales en la ciencia es no solo imprescindible, sino ideal. Entre nuestros tantos argumentos dijimos que era mejor el uso de animales a personas, que los animales no tienen conciencia de si mismos, que el hombre es un ser racional y superior, y en definitiva: todo sea por el progreso. El utilitarismo en su más clara expresión.
Lo complicado del progreso es cuando la humanidad que llevamos dentro se revela contra él. Es ciertamente mejor usar animales que personas, pero eso no quiere decir que en todos los casos el “modelo animal “(palabra compleja para decir que se estudia determinada fenómeno en determinado animal) sea justificado. Con las posibilidades de la informática, y el conocimiento acumulado, mucho del modelo animal puede ser sustituido.
El hombre, centro de la Creación, (suponiendo que somos únicos, exclusivos, y que nadie más existe en el Universo) afirma su racionalidad y superioridad. Pocos se dedicaron a decirnos que somos animales racionales, pero primero animales. Venimos del mismo mundo de instintos y primitivismo a quienes hemos condenado a la inferioridad. La naturaleza, que es más sabia que nosotros, no entiende de jerarquías ni de inferioridad o superioridad. Con suerte entiende de supervivencia. Muchas veces el organismo más simple, puede ser el que sobreviva, aunque claro, para nosotros es “inferior”.
Es cierto, los animales no pueden plantearse el dilema existencial del ser o no ser. Muchos seres humanos atontados por la televisión y la revista Gente tampoco. Nuestros niños y algunas personas con severos retardos, tampoco pueden. Pero or eso no pierden su dignidad, el hecho de ser seres vivos y merecer la protección de nuestra comunidad a través de su orden jurídico. Aún así, lamentables opiniones sobre la eugenesia se escuchan todavía en éstas y otras latitudes.
La vida, como fenómeno, no vale más o menos por el hecho de donde viene. Objetivamente es vida. El verdadero problema de la vida animal, es que nos recuerda cuan humanos somos, y que cuando estos animales mueren, una parte del ser va con ellos. No es a ellos a quien les duele, es a nosotros. Y eso es lo que afecta nuestra dignidad, pues cualquier trato cruel contra ellos, dispara contra nuestra humanidad.
Baterias de argumentos podrán escribirse en contra de lo mencionado. No es esta una posición que trate de decir al mundo no a la experimentación con animales, sino que se realice en condiciones dignas y necesarias. Lo que acabo de escribir solo fundamenta el porqué debe existir esta clase de regulaciones, porque finalmente es el ser humano quien está en el centro de esta cuestión. Es "el que debo hacer", y "el que siento al hacerlo" lo causa el conflicto. Lamentablemente no todo se soluciona con ética kantiana. Cuando deber y sentimiento se contraponen, solo surge la dualidad, y con eso, una probable “esquizofrenia” e insatisfacción. No sería la primera vez que el personal de un laboratorio se rebelara contra prácticas crueles. Afortunadamente, y aunque con determinados matices, las legislaciones del mundo avanzan en este sentido.
Mis amigos juristas irían en busca de su Código Civil, para recordarme el porqué de la definición de bienes de los animales. Gustoso yo recurriría a la loable legislación aplicable al Uruguay en este campo, que demuestra que aunque los animales no sean sujetos de derecho, el legislador ha al menos limitado la forma en que estos bienes se poseen. La discusión sería (como suele ser entre abogados) in aeternum. (eternamente)
Pero discutir no soluciona la angustia. Es un juego intelectual para gente racional, y no es la idea de lo que escribo, que son unas simples líneas para demostrar, que cuando una situación que vulnera nuestra sensibilidad se produce, perdemos un poco de humanidad, y por eso duele. Para suerte o desgracia, las ratas pueden causar piedad. Así es como terminé escribiendo lo que ahora leen, una suerte de defensa, de quienes por motus propio, abandonaron mi Estudio para dejarme trabajar.


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