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“Detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer” es la frase usada para referirse a la condición de muchos grandes hombres en la historia, como por ejemplo para el Libertador, Simón Bolívar, y su tan adorada mano derecha Manuela Sáenz.
¿Acaso estamos presenciando un cambio en la historia que haría que esta frase sea inexacta para describir los acontecimientos de la última década y media en la vida política de nuestro continente?
Las riendas de América Latina están siendo tomadas por mujeres que en otro tiempo jamás hubiesen soñado con poder alcanzar tales puestos políticos. Nuestra sociedad latinoamericana ha sido desde siempre machista por motivos culturales.
Hoy en día estamos viviendo una conversión de la situación política de la mujer, pasando de ser madre, esposa o amante de los grandes líderes de nuestros países a ser un actor principal en la vida democrática de los mismos. Muchas de las mujeres que asumieron el cargo presidencial de sus naciones lo hicieron debido a la muerte de sus esposos, razón de su popularidad en la mayoría de los casos, rasgo que hace ver con mayor claridad el tinte machista de dichas elecciones. Este es el caso de Violeta Barrios de Chamorro, viuda del activista Pedro Joaquín Chamorro, quien celebraría la presidencia de Nicaragua en 1990. En el caso de Ecuador, el machismo fue claro cuando en 1997 ante la destitución del presidente electo Abdalá Bucaram, a la vicepresidenta Rosalía Arteaga le fue impedido acatar lo que dictaba la constitución y remplazada después de 5 días por el presidente interino Fabián Alarcón.
En Panamá, Mireya Moscoso gobernó el país en 1999 igualmente tras la muerte de su esposo Arnulfo Arias y concluyendo su mandato con importantes denuncias de corrupción.
De la misma manera en Argentina María Estela Martínez de Perón, alias Isabelita, subió al poder en 1974 tras la muerte de su marido, Juan Domingo Perón, con una duración de mandato de dos años, siendo derrocada más tarde por una dictadura militar.
Han sido pocas quienes han llegado al poder sin la sombra de algún hombre. Estos son los casos de Haití, con Ertha Pascal Trouillot, quien fue la primera mujer en llegar a la presidencia en 1990.
En el año 2001, Sila María Calderón se convirtió por elecciones presidenciales en la primera gobernadora de Puerto Rico. En esta vía, una nueva mujer toma la posta en Chile, Michelle Bachelet, quién venció a su rival Sebastián Piñeira con un 7% del total de votos; una batalla justa y absolutamente individual. Pero no solo son las presidencias quienes están siendo ganadas por mujeres. Diputaciones, alcaldías y escaños en el senado son también reclamados por mujeres y ejercidos con mucha competencia y responsabilidad.
Ante este nuevo fenómeno la pregunta es: ¿Estamos frente a una ola de cambio, no solo de la situación de la mujer en América Latina, sino frente a un ánimo de lucha y renovación política tan necesaria en nuestro continente? ¿Es acaso que, debido a tantas convulsiones provocadas por la corrupción en nuestros países, se ha hecho de la mujer una personificación de la esperanza de días mejores; o quizás la alta capacidad para ejercer tales posiciones está siendo reconocida al fin por la sociedad latinoamericana? ¿Es un juego político de imagen o es la cosecha de tantos años de abnegación?
Si bien se dice que las mujeres tenemos un espíritu más fuerte que los hombres debido a las responsabilidades que el género nos demanda, también debemos ser claros frente a la realidad de estar tan expuestas a la degeneración moral como ellos, y precisamente es esta la causa principal de la realidad que enfrenta nuestro continente: millones de niños que sufren de abuso infantil, las familias en extrema pobreza, los habitantes de comunidades aisladas y todas aquellas víctimas de las consecuencias de un capitalismo agresivo, que solo consiguen soñar con un “mañana mejor”.
Somos todos responsables de hacer que este no sea un sueño sino una verdad en la que todos vivamos y podamos construir un futuro de equidad y progreso, no solo económico sino moral. La lucha contra la injusticia no requiere de una banda presidencial únicamente, demanda de todos los habitantes latinoamericanos, quienes forjamos con nuestro trabajo día a día el presente y el futuro de los pueblos. Los líderes políticos se deben a nosotros, no al contrario, razón por la cual somos los encargados del porvenir, el mismo que se inicia no con firmas y papeles, sino con el compromiso de no tolerar la injusticia y la desigualdad y combatir en contra de aquellos que no permiten que el sol brille para todos.
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Nota: Este artículo integra el Nro. 3 de la Revista Virtual InterJóvenes
Nota1: La fotografía utilizada para este artículo es un fragmento
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Andrea Durán Sánchez
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