by Pilar Pintagro
Published on: Dec 5, 2005
Topic:
Type: Short Stories

Una noche a los 9 años

Las botellas medianas de gaseosas nos servían de candelabros en la casa. Teníamos muchas y repartidas por todas partes. En las salas, en los cuartos, en la cocina. Usábamos velas blancas largas por montones y cada quien tenía su cajita de fósforos en el bolsillo.

Incluso jugando con ellos descubrí que si prendes uno y luego le pegas otro apagado se quedan pegados. Con mi hermana jugábamos a eso: a pegar fósforos. Siempre lo hacíamos a escondidas pues estaba prohibido jugar con fuego.

Los experimentos con fósforos eran muy divertidos. Y durantes las noches de apagón, mientras mamá dormía o conversaba con uno de sus pacientes en la sala, nos escondíamos en la cocina a jugar con las velitas y los fósforos.

A veces cuando la vela era demasiado delgada, la envolvíamos con el papel de las bolsitas de té y así no se caían. Una vez instaladas las velas se iniciaba el super laboratorio científico en la mesa de la cocina.

Antes de cualquier cosa, yo me aseguraba de que mamá estuviera en una conversación muy entretenida por que así no se daría cuenta lo que estábamos haciendo. Eso era muy fácil de saber, sólo me tenia que sentar en la sala a su lado y si ella me decía, anda a jugar que es conversación de grandes significaba que era un chisme gordo y teníamos poco mas de una hora para jugar.

Entre los primeros trucos estaba el ver cuánto tiempo aguantábamos con el fósforo entre los dedos. Mi hermana siempre perdía. Yo aguantaba más sólo por una razón, me gustaba ver el azul que tiene el fuego en el fósforo antes de apagarse por completo.

Mi hermana siempre me decía que yo era una “masajista” por aguantar el dolor. Recién después de unos meses descubrimos el termino exacto.
El siguiente número era hacer que se enciendan las velas con el humo al apagarlas. Ella soplaba y yo al instante le colocaba el fósforo encendido y zas, se encendía la vela
- ya, ahora me toca a mi prenderla.
- Esta bien, pero avísame para soplar
- Uno, dos, tres...
- Tatatataaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
- ¿Ves como la vela enciende también conmigo?

Nos reíamos , no muy fuerte, por que eso significaba que nos estábamos divirtiendo y mucha diversión implicaba travesura para mi madre.

Teníamos velas guardadas y esas las usábamos para armar la vela gigante. Poníamos una sobre otra las velas blancas largas. Usábamos el cuchillo, que también era prohibido coger, y le quitábamos la punta a las velas. Una vez hecho eso , las encendíamos y con la cera derretida las uníamos. Una vez hicimos una torre tan alta que tuve que pararme en la silla para encenderla.

- Me quemé con la cera, decía mi hermana siempre.
- Tu eres muy cobarde, no duele nada.
- A ver, ¿si te pongo cera en la mano?

En ese momento comprendí que una gota de cera por coger las velas es una cosa, pero otra es que te caiga un chorro de cera caliente sobre la piel.

Sin compasión mi hermana mayor que yo por un año, me la echó en la mano. No pude gritar por que si mamá veía todo lo que habíamos hecho nos mataba. Aguante el dolor y fui corriendo al caño a ponerme agua.
Mi hermana me pidió disculpas mientras se reía y yo lloraba muy molesta. Ya no juego. Le pedí me ayudara a guardar los fósforos y las velas no usadas, el resto de la evidencia iba directo al tacho de la basura.

Utilicé el trapo de la cocina mojado para limpiar la mesa y enfriar mi mano recién quemada.

Subimos juntas al cuarto y pasamos corriendo por la sala para que mamá no se diera cuenta de la quemadura. Hasta mañana y buenas noches señora, dijimos a dúo, mientras corríamos al cuarto. Subiendo las escaleras, mamá me gritó una cosa que me dejó pensando toda la noche.

- No te puedo controlar todo el día. Así que a partir de hoy te curas sola. Ya tienes que aprender. La crema para las quemaduras esta en mi ropero.

Corrí hacia ella y la abracé, no le mostré mi quemadura, tampoco quiso verla. Me dio un beso y me recordó al oído que yo era su reina pero tenía que empezar a crecer.

Me solté de ella y subí despacio las escaleras con mi hermana. Llegamos al cuarto de mamá y entre las dos curamos mi mano recién quemada.

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