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En los años que corren, en un tiempo posmoderno, nosotros, los jóvenes, estamos insertos en un mundo diverso, exótico, enigmático, inacabado…
Un mundo expectante de nuestro rol en el…, nuestro rol en él? Para algunos jóvenes es noticia la idea del protagonismo en los temas del mundo, como lo es la deuda externa, los organismos multinacionales, la política, la religión, las guerras, la paz. Para otros, participar en esto se torna una nueva obligación cívica, más que una obligación, una forma de vida.
Así el mundo, los jóvenes somos lo que él es, un verdadero enigma. La juventud es una etapa de la vida en la cual buscamos una identidad, y encaminamos nuestras actitudes para hacer algo sólido y visible de ella. Identificarnos con grupos de música, con tendencias en la moda, con ciertos personajes televisivos y con distintos fenómenos ideológicos, generalmente, no escapa a nuestros temas.
El joven busca diversión, y es el más vulnerable a la hora de recibir ofertas… Drogas, alcohol, sexo, promiscuidad, sinfines de “tentaciones” ante las cuales se ve en situaciones decisivas, son momentos donde advierte que piensa de una forma u otra, que siente de una forma u otra, y que crece, madura cuando decide por si mismo.
Decidir. Este verbo se amplía enormemente cuando nos toca la entrada en la esfera del mundo adulto, quiero decir, vernos ante la situación de elegir cosas que afectarán nuestra vida a largo plazo, por ejemplo, una carrera. Lo más común es no sentirnos preparados porque, a decir verdad, estando inmersos en un mundo con facetas superfluas, fácilmente identificables, decisiones de tan profunda índole nos hacen notar que no contamos con un contexto favorable a los que son, quizás, nuestros más profundos sueños.
¿Un proyecto para nuestra vida? ¿Un sentido? ¿Que es eso? “Ahh sí, eso es para los que filosofan un poco”, diría alguno. Y es incómodo, a veces, pensar en qué nos podrá deparar la vida o, mejor dicho, cómo nos vamos a preparar nosotros para afrontar lo que la vida quiera depararnos. Sin embargo, cuántos jóvenes esperan cambios, aún tienen sueños, y cuánto más, ideales. ¿Acaso la juventud no es la etapa de los grandes ideales? ¿Y no seremos por eso las mentes más vulnerables a ser anuladas en su capacidad de pensar, de soñar, de creer, de luchar? Me pregunto que pasaría si realmente dejáramos salir a flote el tema de nuestros ideales, porque es un gran tema; el hecho de buscar nuestra identidad nos hace idealistas inconscientes. Cómo sería el mundo si contáramos con tantos cumplidores de sueños, nada mas ni nada menos el mundo tendría casi la mitad de la población mundial alegre, con sentido en la vida, con amor por el día a día. Porque hacer lo que deseamos, enfocado al bien del hombre, traería otros resultados al mundo, de eso estoy segura.
Conscientes o no de nuestra capacidad de ser sujetos históricos, de transformar, de opinar, de criticar y de realizar cambios, solemos ser victimas de un imaginario social en el cual sólo somos una generación que no hace más que ocuparse de sí mismos, que no estudia, que no se interesa en política, en participar de eventos culturales, que lo único que hace es estar con sus amigos paveando mientras el mundo se viene abajo. Y si somos el presente o el futuro del país, no a muchos les importa, mejor cada uno en su tema, pasará lo que tenga que pasar con los nuevos adultos del futuro. Mientras tanto, nuestra heterogénea franja juvenil sufre problemáticas contextuales homogéneas en ciertos aspectos. Todos vivimos en un país que cuenta con un sistema educativo público inadecuado, el cual no cultiva habilidades críticas, motivación al estudio ni esperanza. Enfrentamos situaciones de injusticia diarias, gente revolviendo los tachos de basura, desocupación, miseria, hambre, un pueblo hambriento de identidad a partir de sus más de 30000 desaparecidos durante la dictadura militar, y abundante indignación por otros tantos temas impunes en la Argentina y en el mundo.
Y cuánto podemos decir de la institución familiar…, es donde generalmente crecemos, con quienes aprendemos mucho de lo que somos, y quienes nos ubican en una situación cultural única. De ellos la mayoría de nuestras costumbres, de nuestros vicios, de nuestras actitudes. Con ellos quizás las más grandes peleas o las más satisfactorias memorias. Los recuerdos de la infancia, y lo que nos queda en suerte fiel a nosotros, estos lazos sanguíneos que no pudimos elegir y que, llegada una edad, nos preguntamos por qué nos tocó el nido que nos tocó. “La familia no se elige, pero ¿los amigos son familia elegida?”, lo preguntó una vez una amiga, y yo creo que sí. Nuestro mundo está casi completo si estamos rodeados de amigos. Esos sujetos que nos llenan de afecto, que nos hacen sentir importantes, que nos dan su espacio, su tiempo, que comparten lo más íntimo con nosotros y, en consecuencia, nos dan la posibilidad de ubicarnos en la vida de otros seres, de ser parte de algo, de tener un grupo, un rol, una pertenencia.
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Gabriela Alvarez
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