by Florencia Benson
Published on: Nov 17, 2003
Topic:
Type: Opinions

Hace unos días escuchaba en la radio a un especialista en políticas sociales que explicaba una metodología utilizada en Chile, muy exitosamente, para erradicar las villas de emergencia (asentamiento de un conglomerado de personas que viven debajo de la línea de pobreza, frecuentemente hacinadas, en viviendas extremadamente precarias y a veces, en terrenos usurpados). Resulta que les dan un “vale” por $30.000, y con él los beneficiarios se dirigen a las instituciones correspondientes (bancos, organismos de gobierno –Vivienda, Empleo, etcétera-) para diagramar un plan que les permite construir su vivienda y devolver el préstamo a largo plazo y casi sin intereses. Es un sistema maravilloso ya que obliga al peticionante a comprometerse con una responsabilidad considerable, lo obliga a trabajar para “ganarse” una mejor calidad de vida y, en consecuencia, produce en él un incremento de autoestima, ya que se lo trata como un miembro más de la sociedad, con las mismas obligaciones y derechos. Es, en definitiva – y en términos esquemáticos y simplistas – un ciudadano recuperado, inserto en la sociedad y, por ende, una herramienta productiva más, agregada al conjunto.

No cabe duda de que en Chile, pues, esté arrojando unos resultados altamente exitosos. ¿Cómo es, entonces, que otros países no lo “importamos”? Me referiré aquí, particularmente, al caso argentino.

Sucede que en este país debemos vencer a dos monstruos ancestrales, aparentemente inmortales, omnipresentes, omnipotentes, gigantes, y al mismo tiempo escurridizos y mutantes. Uno de ellos se llama Vieja Política, y se caracteriza por sus prácticas corruptas, clientelísticas, abusivas, mediante las cuales se aseguran los votos intercambiándolos por alimentos o bienes en las zonas carenciadas. Es decir que se aprovechan cruelmente del hambre y la desesperación inmediata de las personas que viven en ellas, prometiendo “choripán y vino”, zapatillas, colchones, o más recientemente, antenas de TV satelital, a cambio del voto. (Y no se crean que no se han desarrollado técnicas altamente sofisticadas y eficaces para garantizar que el comportamiento en el cuarto oscuro haya sido el adecuado).

Estas prácticas han asegurado la continuidad cuasi feudal de los mismos caudillos dirigentes en la esfera del poder, quienes salvaguardan día y noche, sin descanso, la conservación de estas prácticas, hoy en día ya casi “tradicionales”, folclóricas. Podemos entonces deducir que estamos ante un círculo vicioso difícil de enfrentar y, por eso mismo, de romper: viejos políticos en el poder = vieja política = prácticas corruptas, clientelísticas = viejos políticos en el poder (mismos dirigentes)… Es por esto que es tan difícil lograr el recambio generacional de dirigentes políticos; los nuevos cuadros se ven sofocados por los dinosaurios que, muy astutamente, moldearon todos los recursos institucionales, jurídicos, políticos y sociales para garantizar su propia supervivencia en el Poder Legislativo, en el Poder Ejecutivo y hasta en el Judicial. Esto significa, ni más ni menos, que la pobreza (y sobre todo la de las villas) es funcional a la vieja política.

De ahí que para combatir este monstruo, la fuerza es inútil. Hay que encontrar la manera de convencer a estos viejos astutos de que a ellos mismos les conviene que el pueblo sea bien educado y tenga acceso a una calidad de vida digna. Habrá que encontrar la manera de inducirlos, mediante alguna técnica avanzada de hipnosis o similar, a creer fervientemente que la pobreza ha dejado de ser el medio más eficaz para obtener réditos políticos (y todos los subsiguientes), y que ahora la novedad es educar a los ciudadanos, informarlos, y proveerle equidad de oportunidades para el desarrollo personal y comunitario y, de ahí, acceso a medios concretos y factibles para mejorar su calidad de vida en todos los aspectos.

El otro monstruo que debemos enfrentar, primogénito del anterior, es la Desidia del pueblo mismo, fruto de largos años de ver frustradas todas sus aspiraciones a un nivel de vida digno, al trabajo, a sus derechos políticos y civiles. Las viejas prácticas políticas han adormecido las ambiciones anteriormente descriptas en las capas más bajas de la sociedad y, como un derrame de petróleo en el mar, se ha extendido hasta las clases más acomodadas. Se ha aletargado el cuerpo civil, ha abandonado sus sueños de lucha y de justicia social, recordándolos esporádicamente, nostálgicamente, sonriéndose levemente ante sus anhelos ingenuos y un poco estúpidos. Recuerda, junto a ellos, el gusto amargo en la boca, resabio de protestas apasionadas y reivindicaciones vagas que han terminado en frustraciones, desapariciones, torturas y muertes gratuitas.

La Vieja Política acostumbró a su primogénito a alimentarlo en la boca y, lo que es peor, lo ha acostumbrado a que, cuanto más indefenso, inmóvil e inútil se presente, más beneficios obtendrá de su padre. La gente, a lo largo del tiempo, se ha acostumbrado a un estado paternalista y blando que, en lugar de afrontar los problemas, prefiere paliarlos en el corto plazo, otorgando subsidios a cambio de ¡nada!, entregando viviendas, Planes Jefes y Jefas y otros “planes” – que de planificados tienen muy poco - que son, de hecho, redes de manejo clientelístico de los aparatos políticos más grandes y más corruptos del país.

Esperamos sentados a que el Estado nos de todo lo que necesitamos, lo cual siempre será poco, insuficiente; siempre exigiremos más. Y protestaremos cuando no nos lo dé; habrá que patalear, gritar, romper cosas, armar un espectáculo para que Papá-Estado nos preste atención y, cansado de escucharnos, quiera calmarnos con un caramelo (los niños no escuchan razones). Esta cultura del subsidio se ha entramado en nuestra conciencia colectiva de manera tan profunda, que ya hemos olvidado sus causas y ahora se nos presenta como “un derecho”.

Esto es así a tal punto que se confunde el derecho a la calidad de vida digna, al trabajo, a una vivienda, al alimento, educación y salud, con un Estado omnipotente, paternalista, que todo lo puede y todo lo debe. Estamos de acuerdo en que el Estado debe tener una presencia activa en todas estas áreas y muchas más, pero debe garantizar el acceso a todas estas cosas, mediante el trabajo y el esfuerzo; y no, proveerlas directamente. La cultura del subsidio ha desplazado a la cultura del trabajo, del esfuerzo, de la satisfacción genuina, (ya lo dice el tango: “el que no llora no mama, y el que no afana es un gil”).

Así, pues, quedan esbozados los dos grandes obstáculos a los que debemos enfrentarnos para erradicar las villas de emergencia y la pobreza en general. Vemos que se trata de problemas muy profundos que no se remiten a factores únicamente económicos, financieros, ni siquiera políticos. Son dos problemas de índole cultural y social; ergo, educativos. Hay que educar a los recién llegados al mundo y re-educar, en la medida de lo posible, a sus padres. Hay que cultivar los valores cívico-políticos y éticos, insertos en una cultura del trabajo, del esfuerzo (personal y colectivo), de la cooperación y solidaridad.

Es por esto que, por más moderna y efectiva que sea la metodología utilizada, jamás podrá llevarse a cabo si no eliminamos primero a estos dos monstruos que custodian la entrada al Desarrollo. Porque el problema argentino no es un problema de metodologías mal diseñadas o mal implementadas, sino de la posibilidad –hoy, nula- de concebir la necesariedad de realizarlas.

Y quienes tenemos la suerte de no depender de las limosnas de Papá-Estado, y además contamos con la energía y el idealismo de la juventud, debemos asumir la responsabilidad que nos cabe: extender los brazos, agarrar firmemente al que está del otro lado y ayudarlo, con toda nuestra fuerza, a saltar la brecha y pasar al otro lado. Al nuestro.


Florencia Benson
Partido por una República con Oportunidades (PRO)
noviembre de 2003


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