by Miguel Gallegos | |
Published on: Jun 9, 2008 | |
Topic: | |
Type: Opinions | |
https://www.tigweb.org/express/panorama/article.html?ContentID=20687 | |
Introducción Nos encontramos ante un gran desorden epistemológico y sociológico respecto de ciertas categorías que tradicionalmente servían de guía y orientación para explicar determinados fenómenos sociales. Concluyentemente la práctica cotidiana nos viene interpelando el saber que habíamos acuñado durante cierto tiempo. En el terreno mismo de la cotidianeidad se ha dicho que la infancia ha desaparecido producto de la adultización temprana que sufren los niños a causa de su prematuro desembarco en el mundo del trabajo, con el consecuente abandono de la escuela y las actividades propias de la edad. También se dicho que la adolescencia se ha extendido debido a que los jóvenes permanecen más tiempo en los hogares de sus padres y retardan su autonomía hasta tanto no se avizoren mejores perspectivas económicas. Entretanto, existen adultos que no cumplen con su rol y se comportan como adolescentes tratando de recuperar un tiempo perdido o queriendo revivir experiencias pasadas. Por su parte, los viejos son descartados al olvido tanto por sus familias como por el contexto social que los invisibiliza y no les hablita un espacio de inclusión. Así las categorías de infancia, adolescencia, juventud, adultez y senectud se han visto trastocadas por una reconfiguración de la escena posmoderna que implica pensar la subjetividad, el tiempo y el espacio social contemporáneo de una forma totalmente distinta a la otrora visión moderna. En esa reconfiguración posmoderna, la definición del sujeto social no deja de estar interpelada por los efectos de una globalización en permanente fluctuación, que modifica abiertamente tanto el modo de lazo social como el plano de la identidad cultural. En medio de todo este caos contemporáneo, el trabajo infantil sigue siendo una de las problemáticas sociales que no encuentra solución inmediata y condiciona enormemente las posibilidades de estructuración del tejido social y la visión social de futuro. La infancia y los múltiples rostros del trabajo infantil Como sabemos, el trabajo infantil no es un dato nuevo en la historia. En diferentes épocas y de diversas formas, el trabajo infantil ha estado presente como un dato recurrente en la historia del mundo. En algunas circunstancias fue considerado como una actividad social normal y en otras, como en la actualidad, resistido por ilícito e inapropiado. Del mismo modo, su consideración como trabajo permitido o indebido ha estado ligada a la valoración sociocultural de cada nación o región. En este margen de consideraciones, es necesario mencionar que la propia categoría de infancia desde el punto de vista histórico, psicológico, sociológico, epistemológico y jurídico es un dato más bien reciente. Ciertamente la infancia es una categoría que tuvo su aparición y justificación en las concepciones teóricas de la modernidad. En ella se fue configurando una concepción de la niñez atravesada por un conjunto de implicaciones de las más diversas: sociales, políticas, pedagógicas, culturales, ideológicas y económicas. Antes de estas primigenias implicaciones, los niños eran concebidos como pequeños adultos que tenían que desarrollarse y no como sujetos definidos por un período de la vida que supone una edad propia y singular del desarrollo. Hoy la infancia es considerada como un estadio del desarrollo, delimitada teórica y conceptualmente, objeto de estudio e investigaciones, especifica de una franja social y con función plena de derechos. En cierta medida, referir esta perspectiva histórica de la infancia nos sirve para ubicar las circunstancias históricas que han definido el trabajo infantil y lo que hoy se entiende por trabajo infantil. Fue un cambio en la visión social de la infancia lo que llevó a reconsiderar los cánones en lo que se puede o no desarrollar el trabajo infantil. Según datos actualizados, uno de cada seis niños a nivel mundial se encuentra afectado por el trabajo infantil en sus “diferentes formas”. Se habla de “diferentes formas” porque se ha estandarizado determinadas cualidades, dimensiones y medidas del trabajo infantil. Verbigracia: las peores formas de trabajo infantil, explotación infantil, trabajo riesgo, tareas infantiles, umbral mínimo de edad para trabajar, etc. En este marco, se ha considerado que no toda labor realizada por los niños es necesariamente trabajo, sino que debe tenerse en cuenta las situaciones particulares en las que se desarrolla esta labor y las consecuencias que tiene para los niños, su salud, su bienestar psicológico, físico y moral. Sin embargo, el trabajo infantil es trabajo infantil, no hay vueltas en esto, por más retórica o pincelada discursiva con la que se quiera disfrazarlo. Por supuesto que esto lo decimos teniendo en cuenta la norma cultural que rige en cada sociedad respecto de lo que se considera o no trabajo infantil. De cualquier manera, hay que tener siempre mucho cuidado cuando se apela a cuestiones culturales o sociales como formas de legitimación del trabajo infantil. No son pocas las circunstancias en las que se pueden constatar un provecho en nombre de lo cultural o de la coyuntura social para favorecer el trabajo infantil. El trabajo infantil no tiene una sola causa. De un modo abortivo, algunos chicos son empujados tempranamente al mundo del trabajo a causa de la pobreza; otros representan una mano de obra necesaria y requerida para determinadas tareas puntuales (porque sólo ellos pueden llevarlas a cabo); también se encuentran aquellos chicos que son directamente explotados clandestinamente. ¿Existe alguna salida para este flagelo? Es claro que si consideramos esta multiplicidad de causas del trabajo infantil, las soluciones no pueden ser únicas. Los organismos internacionales y la contribución social En varias ocasiones se ha aportado cierta evidencia y determinadas explicaciones orientadas a concebir el trabajo infantil (aunque indeseable) como un rédito económico y fructífero para las familias o determinadas coyunturas sociales. Esta concepción ha sido descartada por varios documentos y reportes de organismos internacionales. Por ejemplo, el informe de la OIT “Construir Futuro, invertir en la infancia” (2005), que de algún modo reseña otros documentos y declaraciones con la misma impronta como el documento “Invertir en todos los niños: estudio económico de los costos y beneficios de erradicar el trabajo infantil” (OIT, 2004), sostiene que la reducción del trabajo infantil, aunque se lo considere desde el punto de vista económico, no sólo sería positivo y benéfico para los niños y sus familias, sino además, contribuiría con el desarrollo social. Son más los beneficios económicos que se pueden obtener con la desaparición del trabajo infantil que los réditos que éste produce. Asimismo, son más los beneficios que se pueden conseguir por medio de la implementación de programas orientados a la erradicación del trabajo infantil que los costos eventuales que tales implementaciones requerirían. En coordenada con esta idea, la Organización Internacional de Trabajo (OIT) desde el año 1992 implementó el Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (IPEC). El objetivo de este programa, aún vigente, consiste en la prevención y eliminación progresiva del trabajo infantil a escala mundial. Para ello, la OIT realiza acciones conjuntas con gobiernos, organizaciones de empleadores y de trabajadores, organizaciones no gubernamentales y otras instancias de la sociedad civil. Cabe agregar que recientemente la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) firmaron un convenio de colaboración para fortalecer el trabajo en pos de la erradicación de las peores formas de trabajo infantil al 2015 y todas las formas de trabajo infantil en el 2020 en América Latina y el Caribe, entre otros objetivos. Este se convenio se inscribe en la línea de los propósitos formulados en los Objetivos de Desarrollo del Milenio (OMD) de las Naciones Unidas. De acuerdo a las consideraciones y los estudios realizados en el marco del programa referido más arriba, sería muy beneficioso costear los gastos educativos de los niños que trabajan, por medio de una asignación presupuestaria para las familias. Según se estima, esta inversión presupuestaría no sólo permitiría que los niños cambien el trabajo por la escuela, sino además, dicha inversión sería muchos más eficaz y menos costosa en términos prospectivos. En otras palabras, los costos estatales de suprimir el trabajo infantil a cambio de brindar educación a los niños son inferiores a los beneficios de largo plazo, ya que permitiría contar con una población más educada y saludable, además de una significativa ganancia para los niños mismos, sus familias y la sociedad en general. Aquí es necesario hacer una observación crítica. Aparentemente, para los organismos internacionales, la evaluación de un programa de erradicación del trabajo infantil parece circunscribirse a la relación costo-beneficio. Se habla de “costo de oportunidad” como si fuera exclusivamente una cuestión de evaluación de la inversión y los réditos que se pueden obtener. Es claro que las oportunidades no pueden quedarse ancladas únicamente en una concepción económica o evaluarse a través de sus resultados, sin contemplar más ampliamente la significación social que les son inherentes. La erradicación del trabajo infantil contribuye al bienestar social, es signo de salubridad social, favorece el tejido social y representa un interés social por el futuro. En términos de oportunidades, la infancia es la base social sobre la que podemos lanzar una apuesta hacia delante. En este sentido, es evidente la responsabilidad social que tenemos como actores. Desde este punto de vista, la oportunidad no sólo es para la infancia, sino más bien para la sociedad en su conjunto, como un interés genuinamente social en el que estamos todos involucrados. Valga esto como crítica a las ideas o propuestas de corte netamente económicas y como asunción de la responsabilidad que tenemos como sociedad civil para no quedarnos esperando las mágicas soluciones y avanzar en una actitud de compromiso social con la infancia. El trabajo infantil es una problemática que nos afecta socialmente a todos y así debemos considerarla. No se trata de una problemática que esta fuera de nuestro alcance o en la que no podamos hacer nada. Considerarla de este modo contribuiría a invisibilizarla e invisibilizarnos como actores sociales. Desde luego la contribución social es fundamental y necesaria, ya sea por medio de la denuncia del trabajo ilegal, reclamando justicia y asistencia estatal, velando por los derechos de los niños, contribuyendo con grandes o pequeñas acciones, dando una mano o abriendo posibilidades para los niños. Reflexiones finales Los fenómenos llamados posmodernos o de la globalización contemporánea han provocado un cambio sustancial del espacio social y las categorías de pensamiento que tradicionalmente utilizábamos para interpretarlo y comprenderlo. Si bien es cierto que se han producido una serie de fenómenos nuevos, no obstante, existen otros que todavía conservan su vigencia histórica y se ven redimensionados en el nuevo contexto social. Uno de esos fenómenos es el objeto de estas reflexiones: el trabajo infantil. Tal vez se la hora de poner a trabajar una concepción de la infancia que nos aproxime a una comprensión más coherente y consistente del trabajo infantil y sus posibles soluciones. Es un hecho, como ya lo mencionamos, que si consideramos una multiplicidad de causas del trabajo infantil, las soluciones no pueden ser únicas o parciales. Así como la globalización impone una lógica del todo y las partes, la problemática del trabajo infantil requiere una solución de conjunto que atiendan a las singularidades del caso. Esto implica, en cierta medida, pensar una serie coordinada de políticas de oportunidades para los niños, que no se restringa únicamente a lo económico. Desde esta perspectiva deberá planearse estrategias sociales inclusivas y contenedoras, espacios educativos acordes con los tiempos lógicos del desarrollo y contemplativos de los rezagos, programas de promoción de la salud y de prevención del trabajo infantil, entre otras cosas. Sabemos que en algunos casos no es sencillo erradicar el trabajo infantil porque este supone parte del sustento familiar, pero si es posible habilitar oportunidades sociales para que los chicos pueden compartir su trabajo con la escuela, el hogar y la familia. En estos casos, muy posiblemente, tendrán que plantearse estrategias graduales y progresivas de eliminación del trabajo infantil, así como acciones de concienciación orientadas a desterrar la idea del trabajo infantil como una ganancia económica para el sustento familiar. Desde hace más de 30 o 40 años se viene hablando de metas, objetivos o prioridades a lograr en los países de América Latina y el Caribe. La mayoría de esas propuestas se han quedado a mitad de camino: salud para todos, educación para todos, etc. En la actualidad se ha redefinido una nueva utopía a nivel mundial: los Objetivos de Desarrollo del Milenio. En este contexto, desearíamos poder hablar en términos de erradicación del trabajo infantil como una meta a alcanzar en un tiempo cercano, pero nos parece más cauto y operativo pensar estrategias cercanas a las posibilidades y realidades concretas de cada país. No se trata de abandonar las utopías, sino de hacerlas operativas. Tal vez de ese modo podamos acercarnos a una solución. Sin dudas, en ese acercamiento, el aporte de la sociedad civil será fundamental para resignificar una concepción social de la infancia que desaliente el trabajo infantil y que permita visualizar a la infancia como un lugar de reservorio social de futuro. « return. |