El hombre se detuvo y miraba simultáneamente la guagua y el camino. El vehículo redujo su velocidad a milímetros por segundo mientras pasaba el policía acostado que atravesaba la carretera, justo en la línea del camino. Todas las muchachas dirigieron su mirada al que estaba en el borde de la carretera con los labios apretados en la lucha por no cambiar el serio gesto que traía. Tenía los ojos dispersos rodeando los adentros del vehículo. Las muchachas vestían camisetas blancas con un sello en el lado izquierdo del pecho.
Los asientos delanteros y medios estaban ocupados por rubias de las que no caben en el espejo y, como en tiempos de la señora Parks, en las dos últimas filas se abrazaban diez negras cuyos voluminosos cuerpos apenas cabían en los sillones.
El hombre bajó la cabeza dando pasos alternos adelante y atrás hasta que el vehículo acabara de pasar el policía acostado.
Las negras todavía pegaban la nariz del vidrio trasero de la guagua para mirar al hombre, ahora preocupado ante el reloj porque siendo ya las tres y veinticinco de tarde no había avanzado en el camino.
Cristino Alberto Gómez
29 de mayo del 2006
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