by ANDDY JOEL LANDACAY HERNANDEZ
Published on: Jul 9, 2007
Topic:
Type: Opinions


Por ANDDY LANDACAY HERNÁNDEZ

“ ¡Cholo de mierda!” , “Rosquete de mierda”, “¡Negro bruto!”, “¡chuncho apestoso!”, “!misio cagón!”. ¡Hija de puta!. Suena fuerte poner estos epítetos por escrito, pero al mismo tiempo es un ejercicio interesante: Los escuchamos todo el tiempo e incluso, siendo sinceros: ¿cuantas veces las hemos usado nosotros?. ¿Cuántas veces hemos reaccionado de manera brutal contra el prójimo calificándolo con lo primero que se nos vino a la mente?.

Una de las principales diferencias del hombre con los animales es haber podido realizar abstracciones y a través de ella llegar a crear símbolos y signos. El lenguaje verbal nos permite la comunicación a otro nivel y al mismo tiempo, a través de ella transmitir sentimientos, dudas, necesidades e ideas de una manera clara. ¿Recuerdan el comercial del bebé que quería indicarle al papá que quería tomar leche y éste no le entendía? En ese caso la imposibilidad del niño de usar el lenguaje verbal impedía la comunicación.

No obstante así como el lenguaje nos puede ofrecer momentos sublimes como, por ejemplo, un poema de Neruda: “Me gusta cuando callas porque estás como ausente”, también el lenguaje puede servir como instrumento de agresión. Si en el mundo real un golpe de puño en la cara significa: “Te detesto”. En el mundo de las palabras se buscará el equivalente semántico que cause el mismo o mayor dolor. De esta forma nacen las groserías o llamadas equivocadamente“MALAS PALABRAS” que de niño los padres y profesores nos decían que no debían pronunciarse pero que ellos mismos en más de una oportunidad pronunciaban como mucho más ahínco que cualquier cobrador de combi.

Estas palabras tienen dos características importantes: la rapidez y la vehemencia. Imagínese que usted encuentra a un indeseable borracho molestando a su pareja. Entonces buscando solución en el mundo verbal hay dos opciones, decirle: “Señor desconocido entiendo que usted no se encuentra en el mejor de sus estados personales, pero quiere dejar de molestar a mi señorita enamorada o atenerse a las consecuencias?” o “!Carajo borracho de mierda deja de joder a mi enamorada o te saco la entreputa!!”. ¿Cuál de las dos formas de expresar lo mismo es la más rápida y entendible?. Obviamente lo segundo.

Así podemos darnos cuenta de que estas palabras se convierten en un desfogue emocional, un vehículo que canaliza una frustración de por medio, una indignación elocuente, que no puede ser expresada de otras formas o que quiere obtener un resultado, la misma reacción inmediata que produciría , por ejemplo, una cachetada.

Generalmente este prontuario de “PALABROTAS” (Como solían decir las abuelitas) están almacenados socialmente en eso que Karl Jung llamaba “Inconsciente colectivo” y que hace que guiemos algunas de nuestras acciones y reacciones a través de un patrón del cual no nos damos cuenta. El lenguaje está dentro de este patrón que es profundamente revelador de lo que es nuestra sociedad.

Y si el lenguaje dice mucho de las estructuras sociales, no es difícil entender entonces como, en las groserías , aparezcan reflejadas los odios y las contradicciones de un país que nunca terminó de integrarse. Por ejemplo, decirle a alguien : “!Serrano de mierda! o Negro de mierda” tiene una lectura que va más allá de la simple agresión en el ejemplo del borracho.

Detrás de estos insultos hay una interpretación sociológica, psicológica y hasta antropológica. Al hacer alusión a la etnia o al origen de la persona se está considerando como negativo el solo hecho de haber nacido con un determinado color de piel o en un determinado ámbito geográfico. Se busca mediante este tipo de lenguaje una “diferenciación” es decir subliminalmente se le pone en claro que ellos son “los otros”.

El Perú es una país profundamente racista. Lógicamente el lenguaje tiene que seguir en sus formas y contenidos estos mismos patrones racistas.

Aunque, para ser justos, el término más apropiado para denominar estos hechos es DISCRIMINACIÓN, porque en materia de odios, este abarca un espectro mucho mayor. Entonces ya no es solo es la condición étnica motivo de agresión, sino también el género, la condición económica, la orientación sexual, el lugar de procedencia y hasta el estado de salud. Hasta ahora se sigue llamando a los enfermos con VIH “Sidósos” que es bastante despectivo cuando el termino correcto es sidático.

Alguna vez escuché que el “Perú era un país dividido en 27 millones de peruanos” lo cual no está lejos de la realidad, porque en el Perú hace siglos que existe una “guerra fría” entre los propios peruanos. Odios no confesados que se traducen en múltiples aspectos, entre ellos, el lenguaje. La “Nación” del Perú es un mito. Y esto ha quedado reflejado en las ultimas elecciones. Qué en Ayacucho el 80% de votantes haya votado por OLLANTA HUMALA y que en Lima más del 60% haya votado por Alan GARCIA habla de una fragmentación realmente dramática.

Zavalita se preguntaba ¿en qué momento se jodió el Perú? y creo que la respuesta es: Desde el momento en que empezamos a odiarnos. Y es terrible descubrir lo divididos que estamos los peruanos. Hasta en la cosas más nimias se traducen estos odios de los que hablo. Cabe recordar los debates en torno a la música, al fútbol, a la religión, en general a las preferencias individuales. Aprovechamos cualquier cosa para agredirnos, cualquier chispa enciende nuestra necesidad de manifestarle al otro nuestro rechazo.

Por ejemplo no es solo que no nos guste los gustos del otro, es necesario hacérselo saber y burlarse o mofarse y si es posible censurar los gustos del otro. El más claro ejemplo de ello es la polémica en torno al reggaetón. Los “puristas musicales” se rasgaron las vestiduras e inmediatamente salieron a manifestar que “Eso no era música” y “lo que yo escucho si es música”.

En el fondo en los peruanos hay una necesidad de afirmación a través de la negación del otro. Y eso se debe a la falta de una IDENTIDAD NACIONAL. Ante su ausencia buscamos cerrar filas en torno a los grupos más cercanos y empezamos a trazar fronteras y a sospechar de quien está más allá, esto nos da una PEQUEÑA IDENTIDAD en relación a nuestro grupo de pertencia, pero como la misma es bastante frágil tenemos la necesidad de agredir a quien está fuera de nuestro círculo y haciéndole sentir menos, nuestro grupo se fortalece y marca la diferencia.

Buscamos desesperadamente encontrar algo que nos haga decir “NOSOTROS”. Entonces o soy PUNKEKE o soy REGGAETONERO, o soy ROCKERO o soy RASTAFARI, o soy CLÁSICO o soy SALSERO, o soy ALIANCISTA o soy de la U, o soy APRISTA o soy HUMALISTA pero siempre antagónicos, nunca un acercamiento al grupo contrario, jamás. Al otro hay que desaparecerlo para afirmar al grupo. El otro es el enemigo y por tanto hay que buscar constantemente desacreditarlo. Por eso no debe sorprendernos que de nuestra boca salgan esas PALABROTAS casi sin pensarlo cada vez que vemos agredido algunos de nuestros intereses personales o de grupo.

Los peruanos no sabemos convivir, vivimos en una cultura de la sospecha y del miedo al otro. Esa que canalizó y dio vida al sanguinario SENDERO LUMINOSO y que acrecentó las divisiones del país. Mientras no creemos una cultura de la TOLERANCIA la democracia seguirá siendo un saludo a la bandera y la violencia verbal o física seguirá latente.

plinio12@hotmail.com

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