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Toda mi generación creció a través de la imagen, viendo como los buenos eran musculosos y rubios y los malos espantosos y muy malos. Al crecer y transformarnos en jóvenes podemos ser conscientes que el mundo no está dividido entre buenos y malos, que el hombre es humano en el sentido que admite equivocarse y puede redimirse. Que el bueno no lo es tanto y que el malo seguramente tuvo sus motivos. ¿Podemos diferenciarlo, o quedamos atrapados en la imagen que nos formó?
Big Brother y violencia suburbana
Esta confusión puede llevar a que se pierda cierta sensibilidad y se gane en superficialidad. Quizás sea esta la respuesta de lo que sucede con la masa homogénea que habita la casa de Gran Hermano. “Gran Hermano es una perfecta imagen del agotamiento de la cultura burguesa, del no saber qué contar, del silenciamiento de las ideologías”, nos comenta Bruno, uno de los jóvenes entrevistados para este artículo, “No es un desafío vanguardista ni mucho menos. Es convertir lo banal en objeto de discusión a toda hora. Hay mucho para contar, mucho para discutir, pero los jóvenes necesitamos un horizonte donde poner nuestras energías”, concluye.
Hay otro programa de televisión que expone a los jóvenes. El show televisivo en cuestión se llama Policías en acción. Para quien no lo vio, el mismo consta de una cámara sin conductor ni presentador que recorre las calles del conurbano bonaerense junto con la policía. El formato del programa es muy usado en la televisión estadounidense y en varios canales vernáculos no se cansan de repetirlo.
En este pseudo-reality el desprecio por el pobre y la criminalización de la pobreza, en especial cuando se trata de jóvenes, están completamente a la orden del día. La patrulla de la bonaerense no recorre Parque Leloir, las quintas más caras de Ituzaingó o Adrogué. Van a la caza de los marginados, de la inmensa cantidad de seres humanos que el sistema aplastó y expulsó, tanto que pareciera que no tienen ninguna oportunidad de volver a integrarse por ellos mismos y que están a la buena de Dios.
Así es como una discusión por la zapatilla desaparecida de un adolescente en una esquina de Lomas se torna hasta ridícula y más cuando a los chicos, argentinos o inmigrantes pero que hablan español porque es su lengua nativa, les subtitulan los diálogos como si fueran “de otra parte” y hablasen su propio idioma, un léxico de ghetto inaudible para la gran mayoría que mira desde la comodidad de su hogar. El colmo del desprecio llega cuando pronuncian una palabra mal, como por ejemplo al obviar las S, y lo subtitulan tal cual. Balardini profundiza sobre el joven como factor de riesgo, que evidentemente es el mostrado por este tipo de espectáculos: “Una de las maneras de legitimar una política de tolerancia cero contra los jóvenes es constituirlos como peligro y riesgo. A partir de ahí, censura, exclusiones, persecuciones, gatillo fácil, etc. Así se legitima todo. Legitimás a los justicieros, el cruzarte de vereda cuando viene algún joven, o a los patovicas. El joven de riesgo que más se muestra hoy es el violento desde lo social.”
El estudiante universitario
Esta mirada sobre el joven pobre que busca convertirlo en un delincuente no distingue niveles educacionales ni nada. Lo mismo sucedió con los estudiantes de la Universidad de Buenos Aires, UBA, que impidieron la sesión de la asamblea universitaria para elegir un nuevo rector durante 2006.
La asamblea terminó sesionando en el Congreso de la Nación custodiada por 500 policías en diciembre del año pasado. La imagen del estudiante de la UBA expuesta por los medios fue la de un agitador súper politizado que va a la facultad a difundir ideas marxistas entre sus compañeros y que no estudia jamás en su vida. Desde el comienzo se buscó restar legitimidad a la FUBA (Federación Universitaria de Buenos Aires) a través de los medios. Bruno tiene 26 años, es estudiante de Letras y vio todo por televisión. “La cobertura de los medios fue una vergüenza. Programas progres y oficialistas estuvieron justificando la represión y defendiendo la postura de los decanos, que se pusieron mágicamente de acuerdo después de repartir cargos, como siempre pasa en la política barata. Nunca se generaron debates acerca de cómo democratizar la UBA, sobre el reclamo de mayoría estudiantil en el consejo superior, sobre la renta ad-honorem. No. Lo único que se discutía era sobre si la FUBA iba a impedir o no la sesión”.
Guadalupe agrega: “las noticias del día después de la sesión de la Asamblea tenían un tono de "fin de la crisis" o por lo menos, de alivio puesto que las cosas volvían a la normalidad simplemente porque la UBA dejaba de estar acéfala como si el problema fuera un mero recambio de rectores”.
Mientras tanto, en paralelo, las condiciones en que se imparte la educación continúan siendo complicadas, sin ocupar mayor sitio en los medios. Una estudiante que cursa en la sede de la calle Puán nos describe la cotidianeidad de la cursada: “sin matafuegos, salidas de emergencia ni ninguna de tales sofisticaciones inalcanzables. Mesas sin tabla para apoyar carpetas, baños sucios aunque, desde el año pasado, ¡con tabla!. Teóricos mal distribuidos en las pocas aulas con las que se cuenta con el hacinamiento resultante. Algunas cosas mejoraron con el tiempo como las mencionadas tablas del inodoro y un puñado de sillas nuevas, pero la gran mayoría se mantienen igual o deteriorándose, a pesar de los denodados esfuerzos del centro de estudiantes por suplir lo que el Estado no otorga”.
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zutique
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