by Sebastián Galanternik
Published on: Mar 25, 2007
Topic:
Type: Opinions

En la década del setenta, durante la última dictadura militar en Argentina, la propaganda estatal mostraba que ser joven era hacer equitación o polo, vestir jerseys color crema, llevar el pelo corto y una expresión bovina en el rostro.

Luego de asesinar y perseguir a miles de personas que se apartaban del esquema de “joven argentino” en los años setenta, los vivos terminaron siendo el objetivo de todo aquel modelo represivo. El ‘enemigo guerrillero’ había sido derrotado hacía mucho tiempo. Había que vencer a alguien, había que entrarles en la cabeza a los jóvenes como fuera.

Treinta y un años después ¿cuál es la imagen que generan los medios sobre la juventud actual? Históricamente pareciera que los medios de comunicación muestran un mundo dividido en dos, estacionado en la eterna dicotomía de los buenos y los malos.

Por un lado está el cadáver de un delincuente tapado con una bolsa de consorcio sobre la vereda, por el otro el policía que le disparó. A la izquierda, los piqueteros cortando el tránsito, por la derecha el taxista enojado porque no puede trabajar. Esta visión es equivocada porque el hombre es un ser racional, dotado de libertad para decidir y que también se equivoca. Nadie es eternamente bueno o malo.


Tres modelos de jóvenes

Sergio Balardini, coordinador del Programa Juventud de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales FLACSO, especialista en Juventud y Políticas Públicas y actual Director de Juventud de la Fundación Friedrich Ebert, FES en Argentina, fue consultado por Interjóvenes sobre la problemática de los jóvenes en los medios. Nos explica:
Los jóvenes aparecen básicamente en tres modelos distintos en los medios. Un modelo es el de la juventud dorada, juventud divino tesoro. Chicas rubias, bonitas, lindas, chicos musculosos. Generalmente de altos recursos. Muy prolijos, tienen su futuro asegurado, son buenos, se ríen, tienen buenas sonrisas. Por otro lado tenemos al joven como problema o como factor de riesgo. Mostrado como peligroso, como delincuente. Según los momentos, va cambiando. El tema puede ir cambiando un poquito pero el rol siempre es de problema social y riesgo.”

Balardini termina exponiendo el tercer modelo de joven reflejado por los medios que rompe con esta polarización histórica. Habla de un joven en los medios “bien apático, al que sólo le interesa su vida. Posmoderno o no, pero tampoco interesado en ningún tema. Esto se refleja por ejemplo, cuando se informa sobre los resultados de los exámenes en la universidad: “Dieron el ingreso doscientos alumnos y solamente aprobaron cuatro”. No se interesan por la política, tampoco quieren estudiar. Hay varios ejes que se manejan en esa imagen y tenemos tres modelos de joven: el blanco y puro, el de factor de riesgo y el apático que no le interesa nada. El asunto es que ninguno de los tres son reales sino en componentes muy menores. Son figuras muy pasteurizadas por los medios. La tercera imagen es una cuestión de tipo generacional. Los medios como adultos viéndose reflejados en la nueva generación. De alguna manera la nueva generación proyecta a estos adultos. Se habían proyectado en la sociedad en ciertos términos. No se encuentran los adultos reflejados en estos jóvenes. Yo creo que en este caso es un malentendido generacional.

Guadalupe, estudiante de sociología comparte una visión parecida aunque más personal: “Los medios más populares retoman el modelo que comparte la mayor parte del grupo social y no sólo lo reproducen sino que venden sus productos apuntando a un público joven de este perfil. Producen y propagan para el prototipo de joven rebelde sin causa, impulsivo, irracional y violento. Se los vincula al vandalismo y se los asocia a las drogas y al alcohol como causantes de sus actitudes antisociales; se los menosprecia porque “todavía les falta recorrer camino”, hacerse adultos. Como si uno no tuviera cosas importantes para decir aún no siendo adulto. También se los presenta como seres vacíos, idiotas, inconscientes e incapaces. Somos una generación criada en la frivolidad y el individualismo de los noventa y eso ha tenido sus consecuencias en nosotros pero no noto que los medios, al menos los masivos, se esfuercen por comprender al joven en su contexto social, conocer sus metas y los medios disponibles para alcanzarlas. En cambio los juzgan según valores preexistentes que fueron válidos para generaciones anteriores.


Jóvenes de ayer y jóvenes de hoy

La inclusión en el mundo adulto y las exigencias que sufren los jóvenes fueron comentados también por Sergio Balardini: “no creo que los jóvenes en general tengan demasiada proclividad a sentirse a gusto con el mundo que heredan. Los adultos no les dejan el mejor de los sistemas ni el mejor modelo de valores posible. Si se generan ciertos espacios y ámbitos donde los jóvenes puedan creer y crecer y se instalan con presencia sistemática, construyendo algo en serio, se genera confianza. Los jóvenes manifiestan toda clase de deseos e intereses, cuentan sus preocupaciones, que cosas de la realidad les parecen malas. Pero no creen encontrar respuesta a las problemáticas que se les presentan como sí lo hacían los jóvenes de antes. ¿Y quienes eran estos jóvenes? Los que hoy son adultos. Hoy, quienes creyeron tener esa respuesta les critican a estos jóvenes que no se comprometen. Lo que no tienen estos jóvenes es la confianza de cambiar al mundo como tenían sus padres y a eso suman un descrédito muy grande hacia las instituciones, como la política. Entonces ¿qué hacen los jóvenes en un mundo tan violento y desigual que no le propone un futuro claro? Optan por vivir sus vidas. Vivir su presente, no vivir en futuros que van a vivir. En cambio los adultos de ayer sí tenían por lo menos la imagen en su cabeza, real o fantástica, de que tenían un futuro y no solo lo tenían prefijado

Toda mi generación creció a través de la imagen, viendo como los buenos eran musculosos y rubios y los malos espantosos y muy malos. Al crecer y transformarnos en jóvenes podemos ser conscientes que el mundo no está dividido entre buenos y malos, que el hombre es humano en el sentido que admite equivocarse y puede redimirse. Que el bueno no lo es tanto y que el malo seguramente tuvo sus motivos. ¿Podemos diferenciarlo, o quedamos atrapados en la imagen que nos formó?


Big Brother y violencia suburbana

Esta confusión puede llevar a que se pierda cierta sensibilidad y se gane en superficialidad. Quizás sea esta la respuesta de lo que sucede con la masa homogénea que habita la casa de Gran Hermano. “Gran Hermano es una perfecta imagen del agotamiento de la cultura burguesa, del no saber qué contar, del silenciamiento de las ideologías”, nos comenta Bruno, uno de los jóvenes entrevistados para este artículo, “No es un desafío vanguardista ni mucho menos. Es convertir lo banal en objeto de discusión a toda hora. Hay mucho para contar, mucho para discutir, pero los jóvenes necesitamos un horizonte donde poner nuestras energías”, concluye.

Hay otro programa de televisión que expone a los jóvenes. El show televisivo en cuestión se llama Policías en acción. Para quien no lo vio, el mismo consta de una cámara sin conductor ni presentador que recorre las calles del conurbano bonaerense junto con la policía. El formato del programa es muy usado en la televisión estadounidense y en varios canales vernáculos no se cansan de repetirlo.

En este pseudo-reality el desprecio por el pobre y la criminalización de la pobreza, en especial cuando se trata de jóvenes, están completamente a la orden del día. La patrulla de la bonaerense no recorre Parque Leloir, las quintas más caras de Ituzaingó o Adrogué. Van a la caza de los marginados, de la inmensa cantidad de seres humanos que el sistema aplastó y expulsó, tanto que pareciera que no tienen ninguna oportunidad de volver a integrarse por ellos mismos y que están a la buena de Dios.

Así es como una discusión por la zapatilla desaparecida de un adolescente en una esquina de Lomas se torna hasta ridícula y más cuando a los chicos, argentinos o inmigrantes pero que hablan español porque es su lengua nativa, les subtitulan los diálogos como si fueran “de otra parte” y hablasen su propio idioma, un léxico de ghetto inaudible para la gran mayoría que mira desde la comodidad de su hogar. El colmo del desprecio llega cuando pronuncian una palabra mal, como por ejemplo al obviar las S, y lo subtitulan tal cual. Balardini profundiza sobre el joven como factor de riesgo, que evidentemente es el mostrado por este tipo de espectáculos: “Una de las maneras de legitimar una política de tolerancia cero contra los jóvenes es constituirlos como peligro y riesgo. A partir de ahí, censura, exclusiones, persecuciones, gatillo fácil, etc. Así se legitima todo. Legitimás a los justicieros, el cruzarte de vereda cuando viene algún joven, o a los patovicas. El joven de riesgo que más se muestra hoy es el violento desde lo social.”


El estudiante universitario

Esta mirada sobre el joven pobre que busca convertirlo en un delincuente no distingue niveles educacionales ni nada. Lo mismo sucedió con los estudiantes de la Universidad de Buenos Aires, UBA, que impidieron la sesión de la asamblea universitaria para elegir un nuevo rector durante 2006.

La asamblea terminó sesionando en el Congreso de la Nación custodiada por 500 policías en diciembre del año pasado. La imagen del estudiante de la UBA expuesta por los medios fue la de un agitador súper politizado que va a la facultad a difundir ideas marxistas entre sus compañeros y que no estudia jamás en su vida. Desde el comienzo se buscó restar legitimidad a la FUBA (Federación Universitaria de Buenos Aires) a través de los medios. Bruno tiene 26 años, es estudiante de Letras y vio todo por televisión. “La cobertura de los medios fue una vergüenza. Programas progres y oficialistas estuvieron justificando la represión y defendiendo la postura de los decanos, que se pusieron mágicamente de acuerdo después de repartir cargos, como siempre pasa en la política barata. Nunca se generaron debates acerca de cómo democratizar la UBA, sobre el reclamo de mayoría estudiantil en el consejo superior, sobre la renta ad-honorem. No. Lo único que se discutía era sobre si la FUBA iba a impedir o no la sesión”.

Guadalupe agrega: “las noticias del día después de la sesión de la Asamblea tenían un tono de "fin de la crisis" o por lo menos, de alivio puesto que las cosas volvían a la normalidad simplemente porque la UBA dejaba de estar acéfala como si el problema fuera un mero recambio de rectores”.

Mientras tanto, en paralelo, las condiciones en que se imparte la educación continúan siendo complicadas, sin ocupar mayor sitio en los medios. Una estudiante que cursa en la sede de la calle Puán nos describe la cotidianeidad de la cursada: “sin matafuegos, salidas de emergencia ni ninguna de tales sofisticaciones inalcanzables. Mesas sin tabla para apoyar carpetas, baños sucios aunque, desde el año pasado, ¡con tabla!. Teóricos mal distribuidos en las pocas aulas con las que se cuenta con el hacinamiento resultante. Algunas cosas mejoraron con el tiempo como las mencionadas tablas del inodoro y un puñado de sillas nuevas, pero la gran mayoría se mantienen igual o deteriorándose, a pesar de los denodados esfuerzos del centro de estudiantes por suplir lo que el Estado no otorga”.

Sobre los estudiantes politizados Sergio Balardini comenta: “En la realidad hay algunos grupos pequeños politizados generalmente vinculados a la universidad estatal clásica. Las nuevas universidades de municipios no responden a estos modelos. Se reduce el fenómeno a estos espacios. Es el reconocimiento de que a los jóvenes les interesa la política, pero ¿a cuáles y en qué términos? A algunos sí les gusta la militancia y a otros no como cuestión partidocrática. Les interesa que la realidad puede mejorarse a través de la política y que los políticos tienen que hacerlo y otros tienen una actitud crítica a la política y nada más. En la Ciudad de Buenos Aires menos del 1% de los jóvenes participan de política, no mucho más. Esto no significa que no les interesa, participan poco porque las estructuras clásicas de la política los expulsaron hace rato y la política como tal no ofrece valores ni proyectos ni utopías con sentido que les sirvan a esta generación pensando en este mundo que se vive.

Los medios han polarizado la imagen de los jóvenes. Por un lado, entre ‘lo que deben’ ser según los adultos, y por el otro lo que nadie querría ser: un factor de riesgo, un problema. A su vez, como conflicto generacional surgió una tercera imagen, la del joven supuestamente apático al que no le interesa nada. Todos reflejos que son reales o que podrían hallarse en una mínima medida en la sociedad pero que a su vez representan un desafío y un compromiso para nosotros, los jóvenes de hoy: el poder cambiar esa imagen tan distorsionada que los medios nos ofrecen día a día sobre nosotros mismos, como un primer paso para avanzar de una vez en un futuro más realista y mejor.




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Nota: Este artículo integra el Nro. 9 de la Revista Virtual InterJóvenes

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