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Vivimos ahora un período muy interesante de nuestra historia en la odisea terrestre. Es un momento que exige la reformulación de nuestro comportamiento ante la naturaleza y ante la propia civilización humana. Según el filósofo Guattari, vivimos la crisis de tres ecologías: una social, una ambiental, una tecnológica. Para este pensador, nos encontramos en un paradojo lancinante: de un lado, el desarrollo continúo de los nuevos medios técnico-científicos potencialmente capaces de solucionar las problemáticas ecológicas dominantes y determinar el reequilibrio de las actividades socialmente útiles sobre la superficie del planeta y, de otro lado, la incapacidad de las fuerzas sociales organizadas y de las fuerzas subjetivas constituidas de apropiarse de estos medios para tornarlos operativos.
Los cambios climáticos emergen en este escenario como una cuestión que nos obliga a repensar nuestra forma de guiar nuestro comportamiento ante esa gloriosa máquina llamada Tierra. En medio a todo ese proceso de reformulación de comportamiento sobre la crisis socioambiental mundial, re-emerge lo papel de los jóvenes articuladores. El joven participa activamente de los movimientos ambientales hace mucho tiempo. La juventud si embute, por tanto, en un escenario de más grande complexidad, cuya la problemática necesita de análisis integradas – una visión holística de su comportamiento y del comportamiento de la humanidad.
La juventud es la fase de la vida más marcada por las ambivalencias. Los proyectos del futuro que son construidos por los jóvenes se encajan perfectamente en lo que llamamos de Desarrollo Sostenible. Y el camino que muchos jóvenes trazan para alcanzar sus sueños es la Educación Ambiental, que se tornó medio de expresión y manifestación del deseo de actuar y participar. Vivenciar, desarrollar y compartir procesos transformadores a partir de la educación ambiental mantiene la llama de la esperanza encendida y posibilita reflexiones para la construcción de mudanzas.
La frecuencia y la intensidad de los fenómenos climáticos extremos constituyen una severa amenaza sanitaria. El aumento de la temperatura y de la humedad hace posible la re-emergencia de enfermedades y favorece a la proliferación de vectores que transmiten enfermedades.
Los cambios y las alteraciones climáticas abren espacios para el brote y la proliferación de enfermedades del pasado. Las condiciones ambientales actuales crean las condiciones para el desarrollo de enfermedades, principalmente, por vía hídrica. Las lluvias irregulares junto con las actitudes de los seres humanos sobre el medio ambiente son factores que ayudan a la proliferación de las enfermedades. Estas acciones ayudan la migración de las enfermedades, antes del campo, para las ciudades y su proliferación aumenta gracias a las alteraciones en el clima.
Los datos acumulados muestran que el incremento de las temperaturas aumenta el riesgo de trasmisión de malaria en las tierras altas de África oriental y que entre 1970 y 1995 el número anual de epidemias de dengue en el Pacífico sur tiene relación directa con las condiciones del ciclo del fenómeno denominado La Niña, caracterizado por mayor calor y humedad.
Enfermedades como leptospirose, leishmaniose visceral, tuberculosis, dengue, entre otras llegan a ser más comunes en regiones urbanizadas y con poco saneamiento. Para la reconstrucción de los nichos ecológicos, la juventud desempeña un papel muy importante: el papel de fomentar políticas públicas para alcanzar las metas del milenio.
Las principales enfermedades infecciosas trasmitidas por vectores presentes en América Latina son la malaria, el dengue, la fiebre amarilla y la enfermedad de Chagas. Además, existen otras patologías que trasmiten varias especies de moscas, mosquitos y caracoles de agua, típicamente tropicales, y que por eso no constituyen una amenaza global.
La utilización de una información cualificada es fundamental, no sólo para realizar los diagnósticos, como también para decidir estrategias. Para tanto, no es novedad que la gestión ambiental se haya transformado en un de los desafíos más importantes de nuestra sociedad. El agua, el clima, los bosques son indiscutiblemente esenciales para la vida. Mucho de los recursos que tenemos son finitos y distribuidos de manera muy desigual en nuestros continentes, países y localidades.
La juventud aparece en este momento con la responsabilidad de promover un habitat más equitativo, configurando la civilización y las actividades humanas, de manera que la sociedad, en sus más diversas generaciones, pueda “suplir las necesidades de las generaciones actuales sin afectar la habilidad de las generaciones futuras de suplir las suya”.
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Efraim Neto
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